Comentario Pastoral

LAS LLAMADAS DE DIOS

La Biblia es la historia de las llamadas de Dios a los hombres. Basándonos en el texto principal de la vocación de los primeros apóstoles, que se lee en el evangelio de este tercer domingo ordinario, podemos volver a escuchar la invitación al seguimiento de Jesús de Nazaret; invitación que se actualiza hoy a la orilla del lago de nuestra propia existencia. ¿A qué somos convocados? ¿Cuáles son los matices y exigencias de esta llamada personal y comunitaria?

Somos llamados a dejar las redes, mejor dicho, a desenredarnos de tantas cosas adjetivas, de tantos afanes inútiles, para vivir centrados en lo sustantivo e importante. Dejar las redes significa también capacidad de desprendimiento, espontaneidad en la aceptación de una vocación superior, que es experiencia nueva y aventura religiosa.

Somos llamados a abandonar, si es necesario, la barca de nuestra seguridad y de nuestra obsesiva subsistencia. Esto exige disponibilidad para emprender nuevas singladuras que van más allá del agua cercana de nuestro entorno familiar. Abandonar la barca es compromiso para dejar lo movedizo, caminando por la tierra firme de la fe.

Somos llamados a ser pescadores de hombres, es decir, a entender la primacía de las personas, a buscar relaciones profundas, a tener experiencias fraternas, a dejar de pescar lo ordinario.

Somos llamados a «ver una luz grande» como dice Isaías en la primera lectura. La luz siempre, es símbolo de Dios. El brillo inconfundible de lo divino es una oferta continua de salvación y liberación de nuestras tinieblas esclavizantes. La luz de Dios es una llamada a la coherencia de la fe, por eso se cuela por todos los rincones, descubre nuestras limitaciones y mezquindades, exige cambios en nuestra existencia cristiana.

Somos llamados a «acrecentar la alegría», porque son muchas y fastidiosas las tristezas miopes de la existencia humana cuando no se tiene fe. La alegría cristiana es un contrapunto a los ridículos goces terrenos.

Somos llamados a la unidad, según nos recuerda San Pablo. Para ponerse de acuerdo y no estar divididos, hay que tener un mismo pensar y sentir. No basta haber abandonado la violencia y las discordias. No es suficiente superar enfrentamientos. Es poco tener respeto. Hay que llegar al amor sin límites.

Andrés Pardo

 

Palabra de Dios:

Isaías 8, 23b-9, 3 Sal 26, 1. 4. 13-14
san Pablo a los Corintios 1, 10-13. 17 san Mateo 4, 12-23

 

 

de la Palabra a la Vida

El evangelio aparece en la historia para ser una luz, «una luz grande». Así escuchamos el evangelio de san Mateo para este año. Al escuchar el evangelio encontramos nombres, lugares, que los inquietos no deberían dejar pasar sin más: aquí hay historia, nuestra historia. Los territorios de Zabulón y Neftalí, que habían sufrido algunos de los más violentos y tristes episodios de las guerras con los asirios, se convierten en testigos de la aparición del Mesías en medio de ellos. Zabulón y Neftalí, la misma Cafarnaúm, reunían a judíos y paganos por igual debido al comercio de la zona: a todos los pueblos les aparece el Señor. Se habían alejado del Señor, este «les había humillado», dice Isaías, pero Zabulón y Neftalí, en tinieblas, reciben la presencia de la luz, «una luz grande».

El tiempo ordinario hace que aquellos que se habían alejado de Dios, que estaban viviendo en la oscuridad, puedan reconocer la luz del Mesías y seguirlo. Para el profeta Isaías que anuncia esa luz grande para estos territorios, la luz es la llegada de un nuevo y gran rey para Israel y para todos los pueblos.

Los principios de la misión evangelizadora de Cristo son las primeras luces del día, las luces del alba, que producen la esperanza de un día soleado y tranquilo, lleno de paz: el que viene a anunciar el Reino de Dios trae la paz. Ahora podemos escucharle y acoger su Palabra en paz. Tanto es así que, en esos albores de la misión de Cristo, unos pescadores son llamados a colaborar con Él. Su misión no será fácil, podrán esforzarse en medio de las tinieblas, como el pescador lucha contra el mar en la noche, pero los frutos dependerán del Maestro.

La Iglesia, que escucha la llamada a los pescadores, se siente rápidamente llamada con ellos: el anuncio del Reino, el tiempo ordinario, comienzan con la luz de Cristo llamando a seguirle. En medio de nuestra vida, este Rey que aparece como luz pide la fe no sólo para creer en Él, sino para seguirle. Sin duda, una respuesta afirmativa, como la de Pedro y Andrés, Santiago y Juan, nos hará decir cada día de nuestra vida que «el Señor es mi luz y mi salvación», que si le seguimos, «¿quién me hará temblar?». A la luz de Cristo las tinieblas, del pasado y del presente se aclaran, y nos lanzan a un futuro esperanzador, un futuro de brega, de combate constante para que se cumpla la voluntad de Dios en nuestra vida y en la de todos los hombres, pero un futuro que se puede afrontar confiadamente por la presencia del Señor, luz de todos los pueblos, de los judíos y de los gentiles.

De alguna forma, también en nuestra vida nosotros hemos experimentado que el Señor ha ido apareciendo, como una luz que suavemente amanece creando en el corazón una sensación de paz y de seguridad, de firmeza, pero a la vez que nos advierte de que hay que empezar a hacer, que hay que moverse … La belleza de esas luces a la orilla del lago de Galilea son difíciles de olvidar para quien ha peregrinado a la Tierra del Señor, pero más difícil de olvidar es cómo esa luz ha quedado impresa en nuestra vida por la presencia del Señor, que nos mira y nos llama: «Venid conmigo». Es una invitación que nos llama a la fe.

Sí, ahora la luz de Cristo ilumina nuestra orilla, nuestra esperanza, nuestra vida: ¿qué haremos? ¿Dónde somos capaces de reconocer la llamada del Señor en nuestra vida? Cuando venimos a la celebración de la Iglesia, casi que nosotros nos situamos a su lado, en su orilla: ¿Experimento su llamada, por la Palabra y la Eucaristía, sobre mi vida? ¿Experimento cómo ilumina, suavemente, mis dificultades, para acoger su voluntad? ¿Sigo el camino de los pescadores? Porque, sí, su respuesta es la que tiene que ser también la mía, la nuestra.

Diego Figueroa

 

al ritmo de las celebraciones


Algunos apuntes de la espiritualidad litúrgica

Cristo vino a realizar un nuevo «éxodo», a dar la libertad a los oprimidos. El obró muchas curaciones el día de sábado (cf. Mt 12,9-14 y paralelos), ciertamente no para violar el día del Señor, sino para realizar su pleno significado: «El sábado ha sido instituido para el hombre y no el hombre para el sábado» (Mc 2, 27). Oponiéndose a la interpretación demasiado legalista de algunos contemporáneos suyos, y desarrollando el auténtico sentido del sábado bíblico, Jesús, «Señor del sábado» (Mc 2,28), orienta la observancia de este día hacia su carácter liberador, junto con la salvaguardia de los derechos de Dios y de los derechos del hombre. Así se entiende por qué los cristianos, anunciadores de la liberación realizada por la sangre de Cristo, se sintieran autorizados a trasladar el sentido del sábado al día de la resurrección. En efecto, la Pascua de Cristo ha liberado al hombre de una esclavitud mucho más radical de la que pesaba sobre un pueblo oprimido: la esclavitud del pecado, que aleja al hombre de Dios, lo aleja de sí mismo y de
los demás, poniendo siempre en la historia nuevas semillas de maldad y de violencia.

(Dies Domini 63, Juan Pablo II)

Para la Semana

Lunes 27:

2S 5,1-7.10. Tú serás el pastor de mi pueblo, Israel.

Sal 88. Mi fidelidad y misericordia lo acompañarán.

Mc 3,22-30. Satanás está perdido.
Martes 28:
Santo Tomás de Aquino, presbítero y doctor de la Iglesia. Memoria.

2S 6,12b-15.17-19. Iban llevando David y los israelitas el arca del Señor entre vítores.

Sal 23. ¿Quién es el Rey de la gloria? Es el Señor en persona.

Mc 3,31-35. El que cumple la voluntad de Dios, ése es mi hermano y mi hermana y mi madre.
Miércoles 29:

2Sam 7, 4-17. Estableceré después de ti un descendiente tuyo, y consolidaré su reino.

Sal 88. Le mantendré eternamente mi favor.

Mc 4, 1-20. Salió el sembrador a sembrar.
Jueves 30:

2Sam 7, 18-19.24-29. ¿Quién soy yo, mi Señor, y qué es mi familia?

Sal 131. El Señor Dios le dará el trono de David su padre.

Mc 4, 21-25. El candil se trae para ponerlo en el candelero. La medida que uséis la usarán con vosotros
Viernes 31:

2Sam 11, 1-4a.5-10a.13-17. Te has burlado de mí casándote con la mujer de Urías.

Sal 50. Misericordia, Señor, que hemos pecado.

Mc 4, 26-34. Echa simiente, duerme, y la semilla va creciendo sin que él sepa cómo.
Sábado 1:

2Sam 12, 1-7a.10-17. He pecado contra el Señor.

Sal 59. Oh Dios, crea en mí un corazón puro.

Mc 4, 35-40. ¿Quién es este? Hasta el viento y las aguas le obedecen.