Es natural que nos atraiga la experiencia del Tabor. Vaya suerte que tuvieron Pedro, Santiago y Juan, aunque los pobres no se enteraron de mucho, porque ni entendieron por qué el Señor se les manifestó así, ni entendieron tampoco eso de “resucitar de entre los muertos”.

Solemos quedarnos embobados con las páginas fáciles y bellas del Evangelio, esas en las que brilla la fuerza y la gloria de Dios, a través de su Hijo encarnado. Las páginas de la pasión y Cruz, las de la persecución y críticas de los fariseos, las de la incomprensión de los más queridos, etc., nos rechinan y repelen, porque si Dios es Dios, no termina de cuadrarnos eso del sufrimiento y el dolor. Nos parece un poco absurdo que Dios haga llegar al límite a Abraham: ¿por qué espero Dios hasta el último minuto para perdonar la vida de Isaac? ¿No podía haber hecho la promesa de la descendencia a Abrahám de otra manera menos violenta y más acorde a los tiempos que corrían por entonces? Y, por si fuera poco, más cruel y absurdo todavía que “no perdonara a su propio Hijo”, según dice la segunda lectura de hoy. Pero, ¿no podía Dios salvarnos de otra manera que no fuese por la pasión y la Cruz? Y, además, que pasara Cristo por la pasión y la Cruz, todavía, porque era Dios y eso solo podía sufrirlo Él; pero, los demás… ¿Por qué andamos todos cargando con la cruz diaria del sufrimiento, del dolor, de la enfermedad, cuando eso para muchos un motivo de alejamiento de Dios? ¿Es que Dios no puede hacer las cosas de otra manera, más fácil, más atractiva, menos doloroso, más al estilo del Tabor?

La señal distintiva del cristiano siempre será la Cruz, aunque nosotros nos empeñemos en adaptar las páginas más difíciles del Evangelio a nuestro cristianismo fácil, indoloro y comodón. Pretender un cristianismo sin Cruz y una salvación idealista, solo a base de experiencias como la del Tabor, es vivir en las nubes de nuestra fantasía religiosa. Y creer que es la Cruz lo que repele a los incrédulos y aleja de Dios a los que más dudan, solo porque el mundo de hoy no entiende el lenguaje y el amor de la Cruz, es pensar, en definitiva, que Dios es tonto, porque pudiendo tener el éxito asegurado entre los hombres, no acertó bien con las estrategias de marketing y publicidad. ¿Qué empresario, puesto a montar y planificar su negocio, elige el camino del fracaso humano como marca distintiva de su empresa? Desde luego la mercadotecnia no es lo nuestro, porque si dependiera de las ofertas y de la inversión en publicidad de los anunciantes, el cristianismo no habría durado más de un segundo después de su fundación.

Que no se nos pase la vida sin llegar a descubrir el secreto del sufrimiento y de la Cruz. Solo cuando uno se adentra por ese sendero angosto de la Cruz, llega de verdad a descubrir un gozo y una plenitud interior que desde fuera muy pocos entienden. No se trata de sufrir por sufrir. Que suframos y tengamos cruces no significa que, automáticamente, seamos más virtuosos y santos que otros. Pero, que en medio de la oscuridad de la Cruz, no dudemos de la providencia amorosa del Padre, que no decaiga nuestra confianza y esperanza en Él, eso ya es otra cosa. Y que, además, esa Cruz nos conduzca a una intimidad con Dios inimaginable, que no tiene nada de extraterrestre, eso ya es para nota.