Leyendo las lecturas de este domingo la palabra que me venía a la cabeza con más fuerza es: UNIDAD. Quisiera enfocar la meditación de este día desde este tema.

La primera lectura me hablaba de unidad porque en ella veía como Pablo se acerca a los apóstoles buscando estar en comunión con ellos. Los apóstoles al principio desconfían de él, pero luego se abren a la acción del Espíritu en este hermano, que antes era perseguidor y ahora sin embargo, lucha con ellos en la misma Iglesia.

Hablar de unidad en la Iglesia primitiva como en la Iglesia de hoy, no es hablar de uniformidad. Sabemos que Pablo, a pesar de buscar en todo momento la comunión con Pedro y la Iglesia de Jerusalén, tuvo sus dificultades con esta Iglesia. Quizá el libro de los Hechos nos muestra una imagen de la Iglesia más idealizada que las cartas paulinas, por ejemplo, en Hechos no aparece la controversia de Pablo con Pedro en Antioquía, sin embargo, en las cartas paulinas sí aparece. Unidad no significa que todos opinaran y pensaran lo mismo en todos los temas, unidad significa más bien poner a Dios en el centro, Él es Quién garantiza y sostiene la comunión.

El Evangelio nos da la clave, en este sentido de la verdadera comunión: “Yo soy la vid, vosotros los sarmientos, permaneced unidos a mí”. Jesús resucitado, al ascender a los cielos, nos ha injertado en Él, por eso la comunión con Él es posible. Ya estamos unidos a Él gracias a la Resurrección y Ascensión, y ya estamos por tanto, unidos entre nosotros. La unidad con Dios y la unidad entre nosotros es ante todo un don alcanzado en Cristo. Ya sí somos uno con Él y ya sí somos uno entre nosotros. Pero al mismo tiempo que la unidad es un don es también tarea.

Nuestra tarea consiste en acoger esta unidad y permanecer en ella. A veces creemos que mantenernos en la unidad es pensar igual, ser iguales, pero esto, más que construir la unidad a veces la destruye. La unidad se da en la diversidad, la comunión se da en la variedad, y esto lo vemos ya desde la Iglesia primitiva. Pablo y Pedro no son iguales, no predican igual, no se dirigen a la misma gente, pero son hermanos, son las piedras y columnas de la primera Iglesia.

Creo que hoy en día la comunión es un reto en nuestra Iglesia, un reto precioso al que todos nos enfrentamos, un reto que tiene, en mi opinión varias dimensiones. Primero entre nosotros, dentro de la misma Iglesia católica: estamos llamados a crear la comunión en las parroquias, entre los distintos grupos, comunidades, movimientos, etc.

Es tiempo de sumar fuerzas, cada uno aportando su matiz, su tono.

Segundo, entre los distintos cristianos, es tiempo de poner empeño en el diálogo ecuménico, de sentirnos hermanos con las otras confesiones. En este sentido el Papa Francisco sigue dando pasos hacia el ecumenismo.

Y tercero, es tiempo de buscar caminos de unidad entre las distintas religiones, el diálogo interreligioso es urgente.

Esta reflexión puede parecer un poco utópica, pero insisto, la comunión no es algo a alcanzar por el hombre, sino que es un don que se nos hado en Cristo, para todos. Me gustaría terminar esta meditación con el Papa Francisco, os dejo con unas palabras suyas que nos hacen ver como la comunión es posible y cómo debemos todos luchar por ella: “La misericordia posee un valor que sobrepasa los confines de la Iglesia. Ella nos relaciona con el judaísmo y el Islam, que la consideran uno de los atributos más calificativos de Dios…Este Año Jubilar vivido en la misericordia pueda favorecer el encuentro con estas religiones y con las otras nobles tradiciones religiosas; nos haga más abiertos al diálogo para conocerlas y comprendernos mejor; elimine toda forma de cerrazón y desprecio, y aleje cualquier forma de violencia y de discriminación” (Bula de convocación del Jubileo Extraordinario de la Misericordia, 11 Abril 2015, nº23).