La Presentación de Nuestra Señora. Santos: Gelasio I, papa; Alberto, obispo y mártir; Mauro, Pápolo, obispos; Alejandro, Rufo, Romeo, confesores; Basilio, Auxilio, Saturnino, Celso, Clemente, Honorio, Demetrio, Heliodoro, Eutiquio, Esteban, Honorio, mártires; Digain, rey; Columbano, monje.

Fue un adelantado de la plaga de monjes irlandeses que se desparramaron por el centro y norte de Europa mandados por san Patricio para cristianizarla. Estos hombres realizaron una obra gigantesca. Columbano fue un vehículo de cultura, civilización y espíritu cristiano en la Europa medieval del siglo VII.

Los biógrafos presentan al monje irlandés con grandes dotes morales metidas en el enorme corpachón de un gigante y con fuerzas físicas proporcionadas. Tiene un carácter indomable. Con setenta años partía leña y transportaba los troncos para construir el monasterio italiano de Bobbio. Hasta aseguran que alguien le vio pelear en el bosque, cuerpo a cuerpo, con un oso salvaje y vencerlo.

Debió de nacer en torno al año 543 en Leinster. Tuvo buena formación cristiana. Aunque no hay garantías históricas, se cuenta de él que en su juventud quisieron enredarlo en turbios amoríos unas mujeres ligeras y decidió abandonar su terruño por el consejo de una santa eremita para evitar el acoso. Ella le hizo ver que no presumiera de sus muchas fuerzas en aquella situación porque ni lo supo hacer Adán, ni tampoco lo hicieron Sansón, David o Salomón en situaciones parecidas. Su biógrafo fue Jonás y así lo contó.

Un solitario experimentado en Sinell le familiarizó en los pormenores de la vida consagrada que culminó al entrar en el monasterio de Bangor; aquí se distingue por su rigidez y ascetismo.

Con doce compañeros sale a tierras extrañas para instruir y colonizar a los pueblos bárbaros. Se presenta en el continente y aparece entre los galos con aspecto bastante más rudo y desaliñado que el de los propios moradores; pero su rigorismo le dio la clave del éxito. Las continuas invasiones habían contribuido a relajar las costumbres allí donde se conservaba la fe. Columbano funda con sus compañeros el monasterio de Luxeuil, que se hizo centro de influencia y de cultura cristiana. Luego vinieron varios más donde los nobles pudieran mandar a sus hijos para que los monjes los educaran. De ahí derivan a fundar también monasterios de mujeres. Más de cincuenta reciben el influjo de Columbano y sus monjes.

Se dedican a roturar los campos y a cultivar la tierra en las regiones de las Ardenas, Flandes, el bajo Sena y la Champaña poniendo los fundamentos para los futuros núcleos de población. En el interior de los monasterios se valora de la misma manera el duro trabajo de la tierra que la delicada tarea de los pergaminos y códices o la labor de dirigir almas que se alterna con las anteriores. Para todo eso da la ordenada vida de oración.

Columbano, con su carácter rudo y tirando a la rigidez, no entiende de marcha atrás. Esto le llevó al enfrentamiento con Teuderico, que reinaba en Neustria, y con su abuela Brunequilda a cuyos dominios pertenecía el lugar donde estaba asentado el monasterio de Luxeuil; al rey le tuvo que recriminar sus vicios, y, ante Brunequilda, el abad se negó a bendecir a sus nietos por ser hijos ilegítimos y hasta profetizó que ninguno de ellos tomaría el cetro real. Rechazó la comida y hospitalidad de Teuderico por ser impío y hasta llegó a excomulgarle. Estas cosas hicieron que el rey lo desterrara en el año 610.

Y esto es una muestra de lo que será toda su vida: Ir de un lado para otro fundando monasterios, haciendo el bien a la gente, enfrentándose con los jefes y teniendo que salir a uña de caballo cada vez.

Decide regresar a Irlanda por el destierro; pero antes escribió una carta de despedida a los monjes de Luxeuil, desde Nantes, dándoles instrucciones que se consideraron como Regla. Pero una tormenta lo hace volver al continente y desembarcar en Metz, territorio de Teudeberto II, que le apoya. De ahí pasa a Suiza, se estableció en Tuggen, cerca del lago de Zurich, a donde llegan algunos monjes de Luxeuil. Allí fue donde el monje Gallo –debía de ser casi tan rudo como su maestro– se dedicó a destrozar los ídolos locales, ganándose la enemistad y terrible aversión de los habitantes. Por eso tuvieron que emigrar a la orilla oriental del lago Constanza donde fundan nuevo convento.

Declarada la guerra entre Austrasio y Neustria (las dos partes en las que se dividió el reino de Clodoveo), murió su protector Teudeberto y quedó a merced de Teuderico, por lo que tuvo que huir de nuevo, atravesando los Alpes, hasta el territorio de los lombardos, llegando a Milán, donde le recibe con agrado el rey Agilulfo, arriano, y su esposa Teodelinda, católica.

La última etapa de su andariega y fugitiva vida tendrá por lugar el norte de Italia. Funda el gran monasterio de Bobbio en un valle de los Apeninos, entre Génova y Piacenza. Allí se siente rejuvenecido y feliz.

Pero, habiéndose declarado un cisma contra el Romano Pontífice en el norte de Italia –la contienda de los Tres Capítulos–, escribió en defensa de los lombardos por estar mal informado, aun mostrándose en todo momento defensor y reconocedor del papado en el terreno dogmático y disciplinar.

No pudo evitar mostrarse peleón contra los arrianos y esto le acarreó la enemistad con su rey, el antiguo protector Agilulfo, que también lo mandó retirar al monasterio de Bobbio y lo encarceló en una de sus celdas.

Murió el 23 de noviembre del año 615.

Pronto se divulgó la veneración del santo comenzando por las regiones que evangelizó y de ahí pasó al culto litúrgico.

Como se ve, extender el evangelio cuesta; habrá que prepararse para la segunda evangelización de Europa.