Pon orden en tu casa porque vas a morir y no vivirás”. Con estas palabras anuncia el profeta Isaías el final de sus días al rey Ezequías. Yo a veces pienso en que he de morir. No sé si aquel momento llegará de improviso o precedido por algún signo. También desconozco si la asumiré serenamente o con miedo. Lo que le pido al Señor es que me encuentre en gracia y que en ese momento no desfallezca mi esperanza en su misericordia.

La muerte es triste y dolorosa. Sin embargo los cristianos la podemos afrontar con esperanza. En el salmo responsorial que hoy escuchamos en la misa encontramos un fragmento del cántico que pronuncio Ezequías al curar de su enfermedad. Es la oración de alguien que se ha visto a las puertas de la muerte y que experimentan que le roban algo que le corresponde, al quitarle años que, en condiciones normales disfrutaría. Pero en la última estrofa lemeos esta exclamación: “¡Señor, en ti espera mi corazón! … Me has curado, me has hecho revivir”.

Ciertamente es la oración de alguien a quien se le ha alargado la vida (quince años más le anuncia el profeta). Pero en la historia de Ezequías aprendemos muchas cosas. La primera que nuestra vida es frágil y continuamente se encuentra expuesta ¡Cuántas personas se han encontrado con ella a causa de la pandemia del Covid! Pero también muchas se han visto en peligro y después se han recuperado. Probablemente estos días hemos rezado por muchos amigos y conocidos que estaban enfermos. Algunos han sanado, otros no. Pero nos hemos dado cuenta de que el significado último de la existencia de cada uno de nosotros está en Dios. Y que en nuestra vida hemos de srvirle.

Otra cosa que aprendemos, y que sabemos a la luz de Jesucristo, es que la muerte no tiene la última palabra sobre el destino de cada uno de nosotros. Por la resurrección de Jesús podemos dilatar la esperanza de Ezequías. Si bien es verdad que seguimos pidiendo por la sanación de los cuerpos, lo que más deseamos es experimentar ese amor suyo que sabemos es más fuerte que la muerte. En un momento dado el apóstol san Pablo dice: tanto si vivimos como si morimos somos del Señor. Esa certeza nos lleva a querer permanecer siempre en su amor ya en esta vida y poder gozar un dia en plenitud de su presencia.

Sabemos que la muerte no es querida por Dios y por ello el mismo amor que Dios nos tiene nos impulsa a luchar contra ella cuando se puede, a acompañar a los que sufren la enfermedad o a estar al lado de los que lloran a un fallecido.

Igualmente sabemos que la mejor manera de enfrentar la muerte cada uno de nosotros es practicando el bien y permaneciendo fieles a Jesús. Su amor nunca nos deja.

Que la Virgen María y san José nos acompañen a lo largo de nuestros días y que también estén junto a nosotros en ese momento en que cerraremos los ojos a este mundo para encontrarnos con nuestro Redentor. Y a ellos también encomendamos a todos los que nos han dejado estos últimos meses y pedimos consuelo para sus familiares y amigos.