“Venid vosotros solos a un sitio tranquilo a descansar un poco”. El Señor recibe a sus apóstoles tras el envío apostólico y quiere que descansen, que se recuperen. Y quiere que sus amigos descansen con Él. Jesús quiere que nosotros aprendamos a descansar, porque Él es, como rezamos en el salmo de hoy, nuestro pastor, que nos hace recostar en verdes praderas, quien repara mis fuerzas y me conduce hacia fuentes tranquilas, quien nos acompaña en los momentos de oscuridad y nos permite superar temores porque Él va conmigo: su vara y su cayado me sosiegan.

Hemos de aprender a descansar con el Señor, a recuperarnos estando con Él en la oración. Presentándole nuestras alegrías y penas, “dejando que Él ilumine con su luz vuestra mente y acaricie con su gracia vuestro corazón” (Benedicto XVI, JMJ 2005, Colonia, 18-VIII). Descansar en la oración contemplando el rostro de Jesús, sabiéndonos mirados amorosamente por Él. Para descubrir el rostro de Jesús es necesario recorrer el camino de la adoración y de la contemplación: “Qué dulce es estar frente a un crucifijo, o de rodillas delante del Santísimo, y simplemente ser ante sus ojos! ¡Cuánto bien nos hace dejar que Él vuelva a tocar nuestra existencia y nos lance a comunicar su vida nueva! (Papa Francisco, Exhortación “Evangelii gaudium” 264). Se trata, de mirar a Dios, pero sobre todo de sentirse mirado por Él. San Juan Pablo II, haciendo una confidencia de su propia experiencia, “es hermoso estar con Él y, reclinados sobre su pecho como el discípulo predilecto (cf. Jn 13, 25), palpar el amor infinito de su corazón. El cristianismo ha de distinguirse en nuestro tiempo sobre todo por el «arte de la oración», ¿cómo no sentir una renovada necesidad de estar largos ratos en conversación espiritual, en adoración silenciosa, en actitud de amor ante Cristo presente en el Santísimo Sacramento? ¡Cuántas veces, mis queridos hermanos y hermanas, he hecho esta experiencia y en ella he encontrado fuerza, consuelo y apoyo!” (Juan Pablo II en Ecclesia de Eucharistia 2). No es necesario pensar mucho, leer mucho, es saberse mirado y mirarle.

Parece sencillo: dejarse mirar, simplemente ser en la presencia de Dios… pero lo cierto es que no lo es, porque vivimos en medio de mucho “ruido” y prisas, con mil reclamos al consumo, y así es muy difícil hacer silencio. San Bernardo dice que las muchas ocupaciones, una vida frenética, a menudo terminan endureciendo el corazón y se hace más insensible a los requerimientos de Dios. Necesitamos con urgencia saber estar en esa actitud de escuche, dándole a Dios el derecho a que nos hable y abrirle el corazón. “La oración del corazón se extiende a lo largo del día con un diálogo interior donde las miradas y pensamientos sustituyen a las palabras. A las actuaciones de Dios en el alma responde el cristiano con pequeñas obras de amor a su Señor o, al menos, con el deseo y afán de realizarlas, aunque a veces no lo logre y solo pueda ofrecerle a Jesús la pena de no haber sabido agradarlo (José Benito Cabaniña Magide “Dios habla bajito”).

María es maestra de contemplación, que Ella nos ayude buscar en Cristo el “lugar” para nuestro descanso.