Santos: Marcelino, Pedro, Erasmo (Elmo, Telmo), Bíblides, Atalo, Alejandro, Vetio, Epagato, Maturo y Pontico, Amelia, mártires; Potino, Blandina, y los 48 mártires de Lyon; Eugenio I, papa; Nicolás Peregrino, confesor; Esteban, Dictinio, obispos; Ulrico, Juan de Ortega, eremitas.
Blandina y Potino son dos mártires de un grupo galo que dio testimonio de la fe hasta la muerte, en tiempo de Marco Aurelio.
La carta circular que escribieron las Iglesias locales de Vienne y Lyon a las Iglesias de Asia cita a otros muchos confesores de la fe como Atalio, Epagato, Santo, Biblio, Alejandro, Alcibíades y Maturo. Pero muy en especial se enfatiza el recuerdo de los espectaculares mártires Blandina y Potino.
Potino era el ‘santo obispo de Lyon’ que entonces contaba con noventa años. Por sus limitaciones físicas tuvo que ser llevado al tribunal en parihuelas. El juez le preguntó lleno de altanería y con tono de desprecio que quién era el Dios de los cristianos; Potino le respondió de la siguiente manera: «Lo conocerás cuando seas digno de Él». Aquella contestación provocó risas en los presentes y una reacción violenta en el presidente del tribunal. Se invitó al público asistente a que lo apaleara y apedreara con lo que tuvieran a mano. Llevado a prisión duró muy poco la vida del obispo anciano.
En cuanto a Blandina –patrona de Lyon y copatrona del servicio doméstico con santa Zita–, tenemos pocos datos. Pero sí sabemos que era una joven esclava que insistentemente agobiaba a los verdugos que la atormentaban de sol a sol, repitiéndoles una y otra vez: «¡Soy cristiana y nada malo se hace entre nosotros!» La colgaron de un madero para que se la comieran las fieras, pero milagrosamente la respetaron. Seguidamente la devolvieron a la prisión con la idea de reservarla para los juegos del día siguiente. Llegado el momento, comenzaron por azotarla en el anfiteatro; luego desgarraron sus carnes y le quemaron algunas partes de su cuerpo; por fin, la envolvieron en una red y la pusieron delante de un toro salvaje que la corneó hasta matarla.
Eusebio recoge en su Historia esta epístola circular escrita desde la Galia a las Iglesias de Asia; en uno de sus párrafos puede leerse: «Es imposible describiros el odio de los paganos hacia nosotros y los tormentos que nos infligen. Se nos persigue en el foro, en los baños públicos y en nuestras propias casas. Después vienen los golpes, las pedradas, la rapiña y la cárcel. A continuación llegan los interrogatorios en el foro y, por último, los suplicios a los que asiste el populacho en los dos anfiteatros de nuestra ciudad. Nuestros hermanos han soportado con buen ánimo los sufrimientos más insoportables. Algunos, por desgracia, han apostatado; alrededor de una docena. Nos han presentado como monstruos que practican el incesto y comen sangre de niños».
Siempre fue así; la sinrazón se ve obligada a buscar razonamientos que de alguna manera sirvan para justificar sus actos. ¡Cómo puede pensarse que una ideología, un partido político, un gobernante, un poderoso, un juez, un… se presente ante los suyos como malvado! El amor propio y la soberbia humana no dan para tanto. Es más, con frecuencia, el arma de algunos que triunfan aquí abajo eliminando al que consideran un rival está disimulada con abundante ropaje de humanidad que la hacen aparecer como blanda, e incluso atractiva; sí, conveniente y hasta necesaria.