Salir de casa es una pequeña odisea. No puedes olvidarte las llaves, tienes que volver. La cartera por si necesitas algo de dinero o las tarjetas de crédito y los documentos de identificación. Las llaves del coche. El teléfono móvil. El cargador del móvil por si te hiciera falta… Antes de salir de casa tienes que palpar mil veces los bolsillos y tener claro dónde vas para llevar todo lo que te haga falta.

“El reino de los cielos se parece a diez vírgenes que tomaron sus lámparas y salieron al encuentro del esposo.” Cada una de las vírgenes sabían para qué salían de casa, pero se ve que cinco rebuscaron bien en sus bolsillos (o en su bolso) y otras cinco salieron corriendo, sin pensar que podrían tener un contratiempo.

Permíteme una pregunta: Tu, cuando “sales de casa” ¿a dónde vas? Explicaré la pregunta. Cada mañana, cuando abres los ojos y sales de la casa del sueño ¿Tienes claro para qué es ese día? Tal vez tardemos 45 minutos en ser conscientes de nuestro entorno, o salgamos corriendo pues llegamos tarde al trabajo, o nos sobresalta el niño que llora o que se ha levantado a ver la tele. Cada cuál tiene sus circunstancias, peor lo cierto es que un bautizado, desde que abre el ojo, sale al encuentro del esposo. Hoy hemos comenzado un día más a esperarle. Por eso al despertarnos ofrecemos el día a Dios y comenzamos a rellenar la alcuza de aceite con nuestra oración, con la caridad vivida con los de cerca, con una sonrisa en vez de un gruñido. Y vamos a la tienda en nuestros ratos de oración, en la Santa Misa, desgranando las cuentas de Rosario, y haciendo bien nuestro trabajo… Y así vamos llenando la alcuza, cumpliendo la voluntad de Dios, nuestra santificación. Es cierto que tendremos momentos de sueño, de despiste, pero la gracia de Dios sigue estando ahí, esperando.

Y llegará el día en que oigamos una voz: “Que llega el esposo, salid a recibirlo” Y tendremos nuestras lámparas llenas iluminadas por nuestras buenas obras.

No te levantes por la mañana sólo por ganar un sueldo, o por que toca o con la desgana de quien repite una y otra vez el día de la marmota. Ese aceite arde mal y se acaba rápido. Levántate para el Señor, dile: “Jesucristo, vamos a afrontar este nuevo día juntos” y a vivir para Vivir.

Trata a tu ángel de la guarda, es un compañero estupendo para cada ocasión del día y nos despertará si nos dormimos.

Pon tu día, y tu noche, en las manos de María y entrarás en el banquete de bodas.