Sábado 3-9-2022, XXII del Tiempo Ordinario (Lc 6,1-5)

«Unos fariseos dijeron: “¿Por qué hacéis en sábado lo que no está permitido?”». A aquellos fariseos, les parecía un escándalo que los discípulos de Jesús arrancaran espigas en sábado, las frotaran con las manos para sacar el grano, y se las comieran. Eso estaba prohibido. No estaba permitido en sábado hacer trabajo alguno, ni siquiera trabajar para comer. Pero Jesús sabe que, si no comen de esas espigas, sus discípulos van a desfallecer por el camino. Llevan siguiéndole varios días, y el hambre aprieta. ¿Cómo no van a alimentarse para reponer fuerzas y continuar la marcha tras los pasos del Señor? Pero no está permitido hacerlo en sábado. El sábado no está para eso… Lo que era el sábado para los judíos, es el domingo para los cristianos. ¿Y qué es para mí el domingo? A lo mejor yo también entiendo el domingo de una manera muy estrecha, como los fariseos… como un día en el que simplemente hay que ir a Misa y ya está. Domingo equivale a hacer lo que me apetece y luego cumplir con la Misa. Igual que sábado significaba para los fariseos cumplir con no trabajar. Misma estrechez de miras, ¿no?

«¿No habéis leído lo que hizo David, cuando él y sus compañeros sintieron hambre?». El domingo es el día de la Misa, sí. Pero… ¿qué significa para mí ir a Misa? Acudir a la Eucaristía es nada menos que alimentarnos del mismo Dios, que se hace primero Palabra y luego Alimento para nuestro cuerpo y nuestra alma. Necesitamos escuchar, semana tras semana, la Palabra de Dios que resuena en nuestros oídos y en nuestro corazón y nos guía como un faro que marca el rumbo de nuestra vida. Necesitamos la fuerza de ese Pan de Vida que nos sostiene en medio de nuestros cansancios y fatigas. No podemos vivir sin la Misa. No podemos vivir sin el domingo, porque moriríamos de hambre. Podríamos estar “vivos” por fuera, pero estaríamos muertos por dentro. Necesitamos el domingo, porque necesitamos nuestra cita semanal con Dios.

«El Hijo del hombre es señor del sábado». No sé si lo sabías, pero domingo significa literalmente “Día del Señor” (proviene de dies dominicus en latín). El domingo es el día consagrado al Señor, porque en ese día resucitó Jesús. Por eso, es su día de modo especial. No es simplemente el día de acudir a Misa, sino un día para dedicárselo por entero al Señor y, por él, a los demás. Nos lo recuerda el Catecismo de la Iglesia Católica: «El domingo está tradicionalmente consagrado por la piedad cristiana a obras buenas y a servicios humildes para con los enfermos, débiles y ancianos. Los cristianos deben santificar también el domingo dedicando a su familia el tiempo y los cuidados difíciles de prestar los otros días de la semana. El domingo es un tiempo de reflexión, de silencio, de cultura y de meditación, que favorecen el crecimiento de la vida interior y cristiana» (n. 2186). Vivir así y santificar el domingo es uno de los mejores y más preciosos testimonios públicos que podemos dar los cristianos: «Los cristianos, en los domingos y días de fiesta de la Iglesia, deben dar a todos un ejemplo público de oración, de respeto y de alegría, y defender sus tradiciones como una contribución preciosa a la vida espiritual de la sociedad humana» (n. 2188). Este es el verdadero sentido cristiano del domingo.