san Lucas 16, 1-8 

San Pablo empezó su vida cristiana oyendo las palabras del mismo Jesucristo: “¿Por qué me persigues?” Pablo acosaba a los cristianos y Cristo se identifica con ellos, se asemeja con la misma Iglesia: ¿por qué me persigues a mí? Por eso no es de extrañar que San Pablo, después, dijera: “seguid mi ejemplo, hermanos”, que es lo mismo que decir, fijaros en el ejemplo de la Iglesia, tened presente lo que yo os he enseñado, es decir, lo que Cristo nos enseñó… “ahora lo repito con lágrimas en los ojos”.

Lo peor que puede suceder en la vida de cada uno de nosotros es que, habiendo conocido y vivido la fe, la hayamos abandonado, o nos hayamos relajado de tal modo, que no nos reconozcan como cristianos, o que “haya muchos que andan como enemigos de la cruz de Cristo” …

Recibieron luz, quizá de pequeños, pero, decisiones equivocadas, no porque eligieron una carrera en lugar de otra, o se pusieron a trabajar en un oficio en lugar de seguir estudiando, ¡no! No son esas las decisiones que, aunque desgraciadas, marcan la vida de un hombre. Lo que nos repite San Pablo es: “con lágrimas en los ojos, hay muchos que andan como enemigos de la cruz de Cristo”, es decir, “aquellos que su paradero es la perdición, su Dios, el vientre; su gloria, sus vergüenzas” … los que hacen llorar a San Pablo son quienes “solo aspiran a cosas terrenas”. Dejar la fe por las cosas terrenas. Esto es lo que hace llorar.

Sin, embargo, nosotros estamos hechos para la eternidad, para gozar del infinito amor, del Bien que no acaba nunca, de la dicha imperecedera … y lo cambiamos por las “cosas de la tierra”, reemplazando a Dios “por la perdición”. 

Hoy, alguien le contestaría a Pablo: “yo no soy enemigo de la Cruz de Cristo, yo hago mi vida, no me meto con nadie, que cada uno se organice su vida como quiera, yo soy muy liberal, si a uno le da por lo religioso, pues allá él, pero eso no es lo mío”. Sin embargo, San Pablo bien sabe que en esta vida todos tenemos un Dios, eterno, y que nos ama infinitamente … Es para llenar nuestros ojos de lágrimas a la vista de tal “trasformación”.

San Pablo nos anima a ser “ciudadanos del cielo, de donde aguardamos un Salvador, el Señor Jesucristo”. Porque, si vivimos con Dios, si nos esforzamos por practicar la fe, que, gratuitamente Dios nos dio, entonces, Jesucristo “transformará nuestro cuerpo humilde, según Escuchamos a la Virgen, siguiendo las palabras de san Pablo: “Hijos míos queridos y añorados, mi alegría y mí corona, manteneos así, en el corazón del Señor”.