san Marcos 3, 13-19
No podemos tratar al ser humano como un saco de patatas. Existe algo, en cada hombre y en cada mujer, que supera cualquier pensamiento e ideología, por muy filantrópica que sea; y ese algo no es otra cosa que el alma. Por eso, nos encontramos con pretensiones de salvar la salud de millones de cuerpos enfermos, cuando lo que estamos matando es el espíritu que los conforma, es decir, la salvación del alma. Y esto va más allá de cualquier consideración homilética o piadosa, se trata de la misma naturaleza humana de lo que está en juego. Es la sociedad la que estamos enfermando, con ese afán de colocar el bienestar en el altar de las conciencias, para así acallar la voz de Dios.
Dice la carta a los Hebreos acerca de Jesucristo: “Ahora a nuestro sumo sacerdote le ha correspondido un ministerio tanto más excelente, cuanto mejor es la alianza de la que es mediador, una alianza basada en promesas mejores”. Son promesas que nacen de Dios y, por tanto, tienen vocación de eternidad, y no un mero trámite para ver cómo puedo alimentar mi debilidad a costa de los que sufren, sino el reconocimiento de mi propio pecado, porque ha sido Cristo, en último y primer término, quién ha vencido al pecado y a la muerte.
“Jesús, mientras subía a la montaña, fue llamando a los que él quiso, y se fueron con Él”. ¡Sí!, Cristo también nos llama con nuestro nombre y apellidos. Y lo hace porque le da la gana, que es la razón más divina que pueda existir. ¿Vamos a rechazar esa llamada no sea que otros se rían o burlen de nosotros? Ya es hora que los cristianos demos el salto definitivo para cruzar el abismo de la mentira y de la majadería. No podemos cruzarnos de brazos, mientras los enemigos de la verdad se ríen de lo más sagrado que hemos recibido: la dignidad de ser hijos de Dios.
¡Amamos la verdad!, y por ello amamos la vida y a cualquier ser humano que necesite de nuestro cariño y comprensión, aunque esté equivocado. Que María nuestra madre nos bendiga con su cariño y proteja a todas la familias que miran a Nazaret como la escuela del amor y la verdad.
Querido hermano:
En mi vida he descubierto muchos momentos donde Dios ha puesto su mano sobre mí y he experimentado su bondad. Cuando tenía seis años, jugando con mis amigos donde no debíamos, caí al vacío desde una altura equivalente a dos pisos.
Pude haberme matado; de hecho, hubiera sido hasta lógico. Sin embargo, Dios tenía otros planes, y para su gloria estoy todavía aquí contando las maravillas de Dios. Seguro que tú tienes tus historias, físicas o espirituales, donde Dios ha actuado en tu vida; haz memoria de ellas y agradécele.
No quiero olvidar que hoy es el día que se clausura la semana de oración por la unidad de los cristianos en el hemisferio norte. Este año con el lema: «Permaneced en mi amor y daréis fruto en abundancia», está en íntima relación con el Evangelio de hoy, con la llamada de: «Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación».
Es maravilloso ver misioneros de todas las denominaciones: evangélicos, protestantes, ortodoxos, católicos, que y están difundiendo el Evangelio por todos los rincones de la tierra.
Por eso, la Palabra de Dios, en Juan 17:21, nos dice: «Te pido, Padre, que todos sean uno. Padre, lo mismo que Tú estás en mí y yo en ti, que también ellos estén unidos a nosotros; de este modo, el mundo podrá creer que Tú me has enviado».
La unidad da credibilidad. La familia unida es ejemplo para todos, aunque tengan numerosas necesidades materiales. Creo que la unidad la vamos a encontrar permaneciendo, unos y otros, en el amor de Dios.
Cuanto más cerca estemos cada uno de Cristo, más lo estaremos unos de otros. Si el mundo nos ve unidos, el mundo creerá.
Donde estés, tienes que ser sal y luz del Evangelio. Confía en Dios. Perdonando, acogiendo, Orando por otros. Reza el Santo Rosario, cada dia. Tu hermano en la fe: José Manuel.