“Nadie puede estar al servicio de dos amos. Porque despreciará a uno y querrá al otro”. Es una advertencia del Señor, que puede parecernos una obviedad, pero necesitamos que nos sea recordada a cada uno y nos haga replantearnos a quién queremos servir y descubrir quién es nuestro amo ¿Soy yo mismo, mis planes, mis gustos, mi prestigio, mis bienes materiales…? No pocas veces será así. Y el precio de servir a “ese amo” es la esclavitud. No es un servicio liberador, sino que nos va privando de libertad mientras que servir a Dios nos hace cada día más libres.

Obedeciendo por amor se conquista la libertad. Refiriéndose a Bakita, maltratada y vendida como esclava, Benedicto XVI nos deja una reflexión preciosa y que nos ayuda a descubrir que no es contradictorio servir para ser libre. Todo dependerá de a quien se sirva: “También ella era amada, y precisamente por el «Paron» supremo, ante el cual todos los demás no son más que míseros siervos. Ella era conocida y amada, y era esperada. Incluso más: este Dueño había afrontado personalmente el destino de ser maltratado y ahora la esperaba «a la derecha de Dios Padre». En este momento tuvo «esperanza»; no sólo la pequeña esperanza de encontrar dueños menos crueles, sino la gran esperanza: yo soy definitivamente amada, suceda lo que suceda; este gran Amor me espera. Por eso mi vida es hermosa. A través del conocimiento de esta esperanza ella fue redimida” (Benedicto XVI, Spe salvi, 3).

Cuando nos servimos a nosotros mismos perdemos de vista cuánto valemos para el que es Señor del Cielo y de la tierra, se nos olvida que se nos darán con él todas las cosas (cf. Rm 8, 32). Y Entonces nos “ganarán” los agobios por la vida, pensando qué vamos a comer, con qué nos vestiremos. Hemos de redirigir la mirada una y otra vez hacia Dios, hacia los bienes del cielo, donde está Cristo, pues nuestra vida está escondida con Cristo en Dios (cf. Col 3, 1-3).

No agobiarnos viviendo abandonados en la divina Providencia ¿Acaso no valemos más que los pájaros, los lirios del campo… “Las demás cosas de esta vida tanto menos se han de llorar cuanto más se las llora, y tanto más se han de deplorar cuanto menos se las deplora” (San Agustín, “Las Confesiones”). San Juan Pablo II decía a los jóvenes, algo que nos es igualmente una ayuda para quienes no somos tan jóvenes: “Queridos jóvenes, muchos falsos maestros indican sendas peligrosas que llevan a alegrías y satisfacciones efímeras. Hoy, en muchas manifestaciones de la cultura dominante se registra gran indiferencia y superficialidad. Vosotros, queridos jóvenes, imitando a san Francisco y a santa Clara, no dilapidéis vuestros sueños. ¡Soñad, pero en libertad! ¡Proyectad, pero en la verdad! También a vosotros el Señor os pregunta: ¿A quién queréis seguir? Responded, como el apóstol san Pedro: «Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna» (Jn 6, 68). Sólo Dios es el horizonte infinito de vuestra existencia. Cuanto más lo conozcáis, tanto más descubriréis que sólo él es amor y manantial inagotable de alegría” (Audiencia 18-8-2001, II Encuentro Internacional “Jóvenes hacia Asís”).

Que como María, digamos “he aquí la esclava del Señor” y nuestra vida sea servirte sólo a ti, Señor.