JUEVES 19 SEPTIEMBRE 2020 (SEMANA 24 TO CICLO B), LA MISERICORDIA
Lectura del santo evangelio según san Lucas (7,36-50):
En aquel tiempo, un fariseo rogaba a Jesús que fuera a comer con él. Jesús, entrando en casa del fariseo, se recostó a la mesa. Y una mujer de la ciudad, una pecadora, al enterarse de que estaba comiendo en casa del fariseo, vino con un frasco de perfume y, colocándose detrás junto a sus pies, llorando, se puso a regarle los pies con sus lágrimas, se los enjugaba con sus cabellos, los cubría de besos y se los ungía con el perfume.
Al ver esto, el fariseo que lo había invitado se dijo: Si éste fuera profeta, sabría quién es esta mujer que lo está tocando y lo que es: una pecadora.
Jesús tomó la palabra y le dijo: Simón, tengo algo que decirte.
Él respondió: Dímelo, maestro.
Jesús le dijo: Un prestamista tenía dos deudores; uno le debía quinientos denarios y el otro cincuenta. Como no tenían con qué pagar, los perdonó a los dos. ¿Cuál de los dos lo amará más?
Simón contestó: Supongo que aquel a quien le perdonó más.
Jesús le dijo: Has juzgado rectamente.
Y, volviéndose a la mujer, dijo a Simón: ¿Ves a esta mujer? Cuando yo entré en tu casa, no me pusiste agua para los pies; ella, en cambio, me ha lavado los pies con sus lágrimas y me los ha enjugado con su pelo. Tú no me besaste; ella, en cambio, desde que entró, no ha dejado de besarme los pies. Tú no me ungiste la cabeza con ungüento; ella, en cambio, me ha ungido los pies con perfume. Por eso te digo: sus muchos pecados están perdonados, porque tiene mucho amor; pero al que poco se le perdona, poco ama.
Y a ella le dijo: Tus pecados están perdonados.
Los demás convidados empezaron a decir entre sí: ¿Quién es éste, que hasta perdona pecados?
Pero Jesús dijo a la mujer: Tu fe te ha salvado, vete en paz.
LA MISERICORDIA
Dice el Papa Francisco que en la vida avanzamos a tientas, como un niño que empieza a caminar, pero se cae, y se cae una y otra vez, pero siempre está listo el papá, que lo levanta de nuevo, esa mano que siempre nos levanta es la misericordia. Dios sabe que sin misericordia nos quedamos tirados en el suelo, que para caminar necesitamos que vuelvan a ponernos en pie.
Pero la humanidad cae continuamente, y el Señor lo sabe, y siempre está dispuesto a levantarnos. Él no quiere que pensemos continuamente en nuestras caídas, sino que lo miremos a Él, que en nuestras caídas ve a hijos a los que tiene que levantar y en nuestras miserias ve a hijos a los que tiene que amar con misericordia.
La misericordia no abandona a quien se queda atrás. Sin embargo, en el mundo, se está insinuando este peligro, de pensar en una lenta y ardua recuperación de la pandemia, pero olvidando al que se quedó atrás. Con el riesgo que nos azote otro virus, que es el del egoísmo indiferente, el que hace que pensemos que la vida mejorará si nos va bien a cada uno de nosotros, descartando a los pobres e inmolar en el altar del progreso al que se queda atrás. Pero esta pandemia nos recuerda que no hay diferencias ni fronteras entre los que sufren: todos somos frágiles, iguales y valiosos.
Y nos dice también el Papa Francisco, refiriéndose a Santa Faustina Kowlasca y a su devoción a la Divina Misericordia, que, en una ocasión, la santa le dijo a Jesús, con satisfacción, que le había ofrecido toda su vida, todo lo que tenía. Pero la respuesta de Jesús la desconcertó: “Hija mía, no me has ofrecido lo que es realmente tuyo”. ¿Qué cosa había retenido para sí aquella santa religiosa? Jesús le dijo amablemente: “Hija, dame tu miseria”.
Y el Papa nos pregunta, si también cada uno de nosotros ha entregado su miseria al Señor, si le hemos mostrado nuestras caídas para que nos levante, nos pregunta si hay algo que todavía nos guardamos dentro: Un pecado, un remordimiento del pasado, una herida en mi interior, un rencor hacia alguien, una idea sobre una persona determinada… Debemos presentarle esas miserias, nuestras miserias al Señor, dijo el Papa, Él espera que le presentemos nuestras miserias, para hacernos descubrir su misericordia.