Juan 19, 25‐27 “El discípulo la recibió como algo propio”
«En aquel tiempo, junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María, la de Cleofás, y María, la Magdalena. Jesús, al ver a su madre, y junto a ella al discípulo al que amaba, dijo a su madre: «Mujer, ahí tienes a tu hijo». Luego dijo al discípulo: «Ahí tienes a tu madre». Y desde aquella hora, el discípulo la recibió como algo propio»
Es muy oportuno reconocer en María de la Almudena una seguidora activa y constructora de nuestra forma de recorrer los caminos de la fe. María de la Almudena acompañó a su hijo desde su concepción, su nacimiento, su proceso de crecimiento, hasta la mayor prueba de amor en su entrega en la cruz y la gloriosa resurrección que abre a la humanidad la plenitud y la trascendencia que Dios nos brinda. Ella nos convoca hoy para impulsar el apasionante reto de anunciar la alegría del Evangelio en medio de nuestros hermanos.
Ella con su nombre en árabe nos enseña a valorar la diversidad de las lenguas, de las culturas, de las distintas tradiciones religiosas. Nosotros como cristianos y católicos sabemos que en Cristo se encuentra la plenitud de la divinidad. Él es el “camino, verdad y la vida” (Jn 14,6). Pero esa gracia enorme de responder por la fe al seguimiento de Cristo no nos puede hacer rechazar todas las semillas del Verbo, todas las huellas de Dios que ha dejado inscritas en el corazón de cada persona, toda la gracia que el Espíritu Santo derrama en el corazón de cada ser humano y en las culturas que los configuran.
Estamos en un tiempo de valorar la tradición propia, de redescubrir las raíces profundas de nuestra tradición católica. Tenemos que agradecer la gran nube de testigos que, llevando su fe hasta el extremo, han dado su vida de manera eucarística para que la fe sea descubierta y fielmente transmitida. Pero en nuestro contexto cultural, globalizado, franquiciado, donde a través de la tecnología sentimos que estamos en una aldea global, lo que nos pide María, madre de toda la humanidad, madre de la Almudena es ser hombre y mujeres creyentes con un corazón ensanchado. Cuenta la tradición que María de la Almudena, su imagen venerable, estuvo encerrada detrás de un muro, en el que la protegieron los fieles católicos madrileños, cuando peligraba su integridad por la invasión musulmana. Pero llegado el momento oportuno, María derribó el muro que la encerraba y se presentó al pueblo de Madrid con dos velas encendidas. Ella no quiere que vivamos la fe de una manera oculta, intima, individualista.
María es madre, es hogar familiar, y lo que una madre quiere es que todos sus hijos estén en casa. Es creadora de comunidad, de familia de fe. Es creadora y cuidadora del impulso de sus discípulos. Se encontró con una comunidad fraccionada, asustada, con las puertas cerradas por miedo a la persecución de los judíos. Y María se convirtió en impulsadora con la fuerza del Espíritu. Es una imagen de su función mediadora en la actualidad.