“Si llevas cuenta de los delitos, Señor, ¿quién podrá resistir? Pero de ti procede el perdón, y así infundes respeto”. El salmo nos da una pista verdaderamente importante. El pecado es fuente de confusión, y su incidencia no sólo tiene secuelas interiores, sino que va más allá. Una de las cuestiones que se estudian en Teología es que Dios actúa a través de las causas segundas. Dios, causa primera de todas las cosas (Creador de cielos y tierra, decimos en el rezo del “Credo”), se deja vislumbrar a través de los acontecimientos ordinarios. Y esto no significa otra cosa, sino que todo tiene una finalidad y un orden inscrito en lo más íntimo de la Nauraleza. Sin embargo, la libertad que también ha sido querida por Dios para el hombre, puede alterar ese orden hacia otra disposición: el pecado. Y como el hombre forma parte de la Naturaleza, ésta puede verse alterada con su comportamiento.
San Pablo nos dice: “Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad”. Pero, por la misma razón, Dios nunca va a contradecirse a sí mismo negando la libertad del ser humano, que repercute en esas causas segundas queridas por el Creador.
Jesús, en el Evangelio, vuelve a arremeter contra los fariseos, esos mismos que buscaban su muerte. También podía, gracias a su poder, aniquilarlos en un instante, pero no fue así, sino que incluso murió en la Cruz a causa de nuestros pecados.
Decía un santo sacerdote que “del que tú y yo nos portemos bien dependen muchas cosas buenas”. ¡Es verdad! Sólo podemos entender un mundo más justo y solidario si no le volvemos la espalda a Dios, y buscamos hacer el bien a los demás…
La Virgen nos ayudará a poner por obra esos deseos de sembrar paz y alegría que llevamos en el corazón… Es como prolongar indefinidamente ese “ojo del huracán” en donde el desastre y la desolación parecen mantener una larga tregua.