Siempre en nuestra vida tenemos experiencias y recuerdos que nos llenan de alegría y que guardamos con gran interés y cariño por la satisfacción y la fuerza que nos dan. Algunos son tan importantes que cambiaron y cambian nuestra vida al revivirlos. Hoy estamos ante la experiencia determinante y gozosa que cambió la vida de los apóstoles y los discípulos, que cambió el rumbo de la humanidad y que la ha transformado, y la sigue transformando en nuestros días. Estamos hablando de la resurrección, del encuentro con el Resucitado. Jesucristo, el Viviente, cambió la vida de estas personas y ha cambiado las nuestras.

Tras la meditación y la vivencia del misterio del sepulcro donde permaneció el Señor y su descenso a los infiernos, recuperamos su presencia con la celebración de la impresionante y gozosa Vigilia Pascual. Los personajes que aparecen en el Evangelio de Juan también la recuperan, pero no la que conocían, sino a Jesús transformado. Es la presencia del Resucitado, del que ha vencido a la muerte y se muestra tal cual es, en toda su divinidad y perfección humana como fuente de vida y salvación. Es el que provoca la experiencia fundante que transforma tu vida para bien y la alimenta para ser plena.

Es la experiencia que todo creyente tiene que tener, al menos, una vez en su vida. El otro discípulo y Pedro vieron y creyeron, y a partir de ese momento nada fue lo mismo, su vida estaba transformándose, su fe ha comenzado a madurar. Hay demasiado cristianos de inercia, tradición familiar o costumbre, pero que nunca se han encontrado con el Señor resucitado y, la falta de esta experiencia, hace que su fe sea realmente una serie de ideas superficiales y vagas. Por ello, no pueden dar testimonio, lo viven desde la tibieza  y su fe débil está siempre en riesgo de desaparecer. San Pedro habla en el pasaje de los Hechos desde su propia experiencia dando su testimonio, que es fuerza transformadora de Cristo para los que lo escuchamos, leemos y acogemos.

A veces no caemos en ello, pero es tan vital esta experiencia que nos jugamos nuestra fe, nos jugamos el no perderla y fortalecerla. Hasta que no la experimentamos, «no sabemos lo que hacemos» realmente (hasta entonces no habían entendido la Escritura). A partir de ella vivimos una vida «de resucitados», una vida nueva, en la que aspiramos a los bienes de arriba, no a los de la tierra. ¿Cuales son estos bienes? Tu lo sabes muy bien: todo lo que Dios nos ofrece y lo que quiere su Voluntad. Pero, ¿a qué aspiras realmente en tu vida?, ¿cuales son para ti tus bienes?

Hay que desear y pedir encontrarnos con Jesús vivo, todos lo necesitamos. Tenemos la certeza del sepulcro vacío y el testimonio de unas piadosas mujeres que lo anunciaron a los apóstoles. Tenemos el testimonio de sus sucesores en la Iglesia y de todos los cristianos de todos los tiempos que han visto y creído desde la fe, muchos de ellos seguro que cercanos a ti. No dudemos Cristo vive, ha resucitado y todos los que somos testigos de ello resucitaremos con Él. Ya vivimos la nueva vida de los redimidos como «resucitados». Este es el día que hizo el Señor: sea nuestra alegría y nuestro gozo.