Santiago 1, 19-27; Sal 14, 2-3ab. 3cd-4ab. 5 ; San Marcos 8, 22-26
Sinceramente no puedo presumir de una hermosa mata de pelo, es más, cada día gasto menos champú y más gel. En las pocas ocasiones en que voy al peluquero me pongo completamente en sus manos ya que me quita las gafas y mi imagen reflejada en el espejo se convierte en una nebulosa sin rasgos definidos (como el ciego del evangelio de hoy: “veo hombres, me parecen árboles pero andan”). Cuando me cambian de parroquia tengo que buscar una peluquería de esas de “toda la vida” para que no les dé por hacerme un “new look” , raparme al cero media cabeza o hacer peinados exóticos (aunque tienen poco margen para la imaginación dada la escasez de materia prima). Cuando recupero la vista me veo en el espejo y me parece que estoy igual que entré, tengo mi imagen interior con el pelo corto, pago y me voy tan feliz.
El ciego del Evangelio de hoy necesita encontrarse con Cristo y re-encontrarse con Él. Podría parecer que en este caso el milagro le salió mal al Señor, pero a mi me gusta pensar que en la vida nos hace falta encontrarnos y reencontrarnos con Cristo cada día, a cada momento, y es que tenemos la manía de engañarnos a nosotros mismos con cierta frecuencia, como nos recuerda el apóstol Santiago. Al igual que yo tengo mi “imagen interior” con el pelo corto (poco, pero corto), a veces tenemos la idea de nuestra vida interior como cristiana y casi perfecta. Aunque vayan creciendo las pequeñas infidelidades, las faltas de piedad, los abandonos en la caridad, las críticas infundadas y, de vez en cuando, nos demos cuenta, somos como “aquel que se miraba la cara en el espejo, y apenas se miraba, daba media vuelta y se olvidaba de cómo era”. Creemos que vemos bien pero “me parecen árboles”: tenemos el problema de acostumbrarnos a ver mal, a tener la certeza de que en nuestra vida cristiana no nos hace falta más, de que lo estamos haciendo bien (mejor que bien, estupendamente) y no examinamos nuestra vida cara a cara con Jesucristo. Escuchamos la palabra de Dios pero para “oír y olvidarla”, hacemos oración pero sin que eso implique cambiar nuestra vida, asistimos a la Eucaristía pero no salimos más enamorados del Señor. En resumidas cuentas, que poco a poco resulta que “su religión no tiene contenido”. Es cierto, un día nos encontramos con Cristo y empezamos a ver el mundo de una manera diferente, pero no le dejamos que vuelva a acercarse a nuestra vida no vaya a ser que “veamos todo con claridad” y nos demos cuenta de que lo primero que tenemos que hacer es cambiar nuestro modo de “funcionar”. Quizá no nos guste, evidentemente, este cambio de rumbo porque no pensamos que “el que se concentra en la ley perfecta, la de la libertad, y es constante, no para oír y olvidarse, sino para ponerla por obra, éste encontrará la felicidad en practicarla”. No tengas miedo a hacer un examen profundo de tu vida delante del sagrario, deja que el Señor te abra más los ojos. No temas hacer un examen cada noche de cada día y deja que el Espíritu Santo te ayude a hacer propósitos concretos para mañana. Si tu corazón tiembla ponlo en las manos de María y ella, que es la Madre del Amor Hermoso, te descubrirá la alegría de fiarte del Señor y caminar con él, llenando de contenido tu religión y tu vida.