Éxodo 3, 1-8a. 13-15; Sal 102, 1-2. 3-4. 6-7. 8 y 11; Corintios 10, 1-6. 10-12; san Lucas 13, 1-9
Es la quinta vez que escribo y re-escribo este comentario. El primero lo acabé el jueves pasado, 11-M, a las 7:30 de la mañana. Pocos minutos después escuché por la radio la noticia de una explosión, lo que me llevaba a hacer alguna referencia a la violencia. Pocos instantes después las noticias nos superaban. Al celebrar la Misa de la mañana se contaban 63 muertos, durante todo el día y hasta ahora, 24 horas después, la tragedia sigue aumentando, la muerte se va concretando en personas, familias, amigos…
“¿Pensáis que estos galileos eran más pecadores que los demás galileos, porque acabaron así? (…) ¿pensáis que eran más culpables que los demás habitantes de Jerusalén?”. Los trenes elegidos por los terroristas pasan y tienen parada (hoy la última de esa línea) en el término de mi parroquia. Cada persona, con su vida, su trabajo, su familia, sus alegrías y sus pesares, que cogieron el tren sin sospechar que unos “cuerdamente locos” habían sacado pasajes a la muerte. Podíamos haber sido cualquiera y, en cierta manera, somos todos pues el pecado nos afecta a todos, el creernos superiores a Dios. El disponer de la vida y de la muerte, el imponer las ideas que se desacreditan por sus hechos son realidades que palpamos- aunque no siempre de forma tan brutal- cada día.
“El Señor hace justicia y defiende a todos los oprimidos”. “Si no os convertís todos pereceréis de la misma manera”. A estos atentados el Papa los ha calificado de “injustificables actos que ofenden a Dios, violan el fundamental derecho a la vida y socavan la pacífica convivencia” y nuestro Cardenal de Madrid nos ha dicho que “rezamos, con insistencia y confianza, a Dios para que cambie las entrañas de los asesinos”.
“Si no os convertís…”, hace falta rezar por esos asesinos para que se conviertan, se entreguen a la justicia y paguen (aunque para muchos no habrá paga suficiente) su deuda con la sociedad y con los que han arrancado la vida. Si no es así, si no cambian de conducta, dejarán la justicia a Dios que es “lento a la ira y rico en clemencia” pero que no deja que ninguna de las lágrimas de sus hijos caiga en vano, que no deja triunfar al corazón soberbio y engreído; que siempre da otra oportunidad, hasta que llega el día de la muerte y si no se han dado frutos de justicia, como la viña del Evangelio de hoy, “la cortas” y eso es para toda la eternidad.
Ayer (jueves) se llenó la Misa de la tarde para pedir por las víctimas. Esta tarde (viernes) seremos una cabecita más en la manifestación de rechazo a la violencia y al terrorismo. Mañana seguiremos rezando. La vida es muy corta, la eternidad para siempre. Santa María, reina de la paz, ruega por nosotros.