Daniel 13, 41c-62; Sal 22, 1-3a. 3b-4. 5. 6; san Juan 8, 1 -11
Más de uno podría esbozar una sonrisa ante el relato de la casta Susana que nos refiere el profeta Daniel en la lectura de hoy. Aunque, por otra parte, también somos testigos de otro tipo de abusos (como los recientemente acaecidos en África), en donde el adulterio (sobre todo si la acusada es una mujer) se castiga con la lapidación. Ya sé que el contenido propio del texto que examinamos apela a la justicia y a la verdad, pero tan cierto como esto es la manera con que, en la actualidad, hablar de la castidad o de la continencia resulta, no sólo algo absurdo, sino trasnochado y fuera de cualquier análisis social.
La pregunta que podríamos formularnos es acerca de la verdad que hay, ciertamente, en la “conciencia” de las mayorías; eso sí, habría que pensar, entonces, que consideramos a tales “mayorías” como un ente en sí mismo; aunque yo me inclino, más bien, a pensar que se trata de un conjunto constituido por personas individuales y, además, con nombres y apellidos. ¿A dónde queremos ir a parar, entonces? Estamos acostumbrados a observar en los grandes grupos mediáticos (prensa, radio o televisión), toda una serie de encuestas que aseguran la tendencia de dichas “mayorías” y, por consiguiente, el comportamiento que han de seguir los demás (aunque estos últimos no nos consideremos mayoría). Todos estos supuestos estudios parecen cada vez influir más en la gente; y digo lo de “parecen”, porque cuando uno habla a personas en particular, esas estadísticas parecen decir todo lo contrario de lo que se piensa en realidad.
Respecto al ámbito sexual, por ejemplo, cada vez son más (eso percibimos en los medios de comunicación), los que aseguran que se avecinan tiempos de progreso y tolerancia (me refiero al caso concreto de España). La familia ya no se circunscribirá en el futuro a lo conocido como tradicional: “chico conoce a chica, se casan, y deciden tener hijos”, sino que, ahora, el supuesto puede ser del siguiente tinte: “chico/a conoce a chico/a, se casan por lo civil, y deciden, o bien buscar una madre biológica, o esperar a que el avance en la medicina pueda generar el clon que más les convenga”.
Si el anterior ejemplo es fruto de la voluntad de las mayorías, entonces, creo que somos testigos de la mayor estafa de la historia de la humanidad. Y es que el gran error (o engaño) de la mayoría de nuestros dirigentes contemporáneos, es pensar que son ellos los que han descubierto lo que la humanidad necesita y ambiciona. Lo fatal, sin embargo, a pesar de cuánto se apela al respeto a la naturaleza y al medio ambiente, es que con ese tipo de actitudes mencionadas más arriba, no se hace otra cosa sino violar lo más sagrado de la creación: todo tiene un orden y una finalidad. Y esto no es algo que constriña o reprima el comportamiento humano, sino que, todo lo contrario, le ayuda a mostrar con más autenticidad su humanidad.
Después de que los dos ancianos que intentaron seducir a Susana, tal y como aparece en el relato de Daniel, son juzgados y condenados, la asamblea en pleno que había asistido al juicio responde bendiciendo a Dios, porque el Altísimo es el que realmente salva a los que esperan en él. Pues bien, he aquí la enseñanza del cometario de hoy: nunca perder la esperanza. Efectivamente, hemos de poner los medios adecuados a nuestra condición de creyentes (participación en la vida pública, educación familiar, presencia en los medios de comunicación…); pero, una vez realizado ese esfuerzo, si no se obtienen los frutos deseados, con la inmediatez que desearíamos, no por ello hemos de caer en el pesimismo o en un cierto espíritu derrotista. Dios puede mucho más que todo eso, y si ponemos nuestra confianza en Él, tarde o temprano, llegará el día en que su gloria se haga patente en el mundo… aunque tú y yo no lo veamos aquí.
Lo importante, por tanto, no es que te desprecien las “mayorías”, sino que, igual que en el Antiguo Testamento, hoy día también existe un “resto” de Israel, que sigue siendo fiel a las promesas de Dios.