Hechos de los apóstoles 4, 23-31; Sal 2, 1-3. 4-6. 7-9 ; san Juan 3,1-8
“Te lo aseguro, el que no nazca de agua y de Espíritu no puede entrar en el reino de Dios.” Ya son más de diez años como sacerdote en parroquias y casi dos décadas con grupos de jóvenes que se preparan a recibir el sacramento de la Confirmación. Cuando he preguntado: ¿qué es la Confirmación? casi todos los confirmandos y sus catequistas me han dado prácticamente la misma respuesta en casi todos los lugares: “Confirmar mi fe, me bautizaron de pequeño y no me enteré, ahora ya soy mayor y quiero decir conscientemente un “sí” a mi vida cristiana.” ¡Qué lástima!, cada vez que me dan esta contestación intento explicarles lo equivocado de la respuesta, cómo se sitúan en el centro del sacramento desplazando de un empujón al Espíritu Santo.
Curiosamente ese “sí” adulto, consciente y maduro a la fe cristiana suele ser el primer paso para decir adiós a la parroquia, a la frecuencia de sacramentos (si existía antes), a la oración, a participar en la vida de la Iglesia. Más que un “nacer de nuevo” parece un matar definitivamente la ilusión por el seguimiento de Cristo, tendríamos que cambiarle el nombre y al igual que antes se llamaba a la Unción de enfermos la “extrema Unción” a este sacramento deberíamos llamarle la “extrema confirmación” pues se recibe justo antes de morir a la vida de la Gracia por muchos años.
“El viento sopla donde quiere y oyes su ruido, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va.” Desde tu bautismo (en este tiempo de Pascua estamos intentando renovar los sacramentos de la Iniciación Cristiana), el Espíritu Santo está actuando en ti. Sería absurdo que te quejases a tu madre por haber nacido pequeño y haber perdido unos valiosos años en tener que crecer, adquirir hábitos y conocimientos, fortalecerte, aprender a hablar. En ese tiempo de la infancia que, desde nuestra mentalidad de “adultos responsables” nos parece perdido, hemos aprendido más de lo que aprenderemos en toda nuestra vida. No sólo me refiero a conocimientos, hemos aprendido la dulzura de la madre que nos abraza, la cercanía de nuestro padre que juega con nosotros, hemos ido adquiriendo sus gestos, sus formas de ser, nos hemos construido como personas completas.
Así hace Dios desde nuestro bautismo, no hay que despreciarlo como un sacramento del que no nos hemos enterado o ¿acaso desprecias el día de tu cumpleaños?. Es la gracia de Dios la que celebramos en los sacramentos, Él es el protagonista principal y en ellos, en cada sacramento que recibes, te tiene cogido en sus brazos y por eso tú eres importante. En la Confirmación se tiene la madurez de la edad que se tenga cuando se reciba (y como dice un amigo mío, los adolescentes adolecen sobre todo de saber que lo son) y Dios no te pide un “test psicológico” para darte su gracia.
“Dichosos los que se refugian en ti, Señor”, tengan la edad que tengan. Tú, como Nicodemo, acude esta noche a Jesucristo y pídele que sea Él el que te explique cómo ha ido actuando en ti. Dale gracias por tu bautismo y proponte vivirlo a diario, dale gracias por tu confirmación y, si no te enteraste en ese momento, entérate hoy y siempre de la gracia que recibiste (y si por dejadez, aburrimiento o hastío del grupo en que estabas no te confirmaste proponte acercarte a tu parroquia para recuperar el tiempo perdido). Y pídele a la Virgen que te explique las gracias que recibes en cada Comunión y cada vez que se te absuelven los pecados: son los sacramentos cotidianos del amor de Dios y del trato asiduo con Cristo, nadie sabe más de ello que nuestra madre María. Anímate a planteártelo a diario. “Así es todo el que ha nacido del Espíritu”.