Hechos de los apóstoles 15, 1-2. 22-29; Sal 66, 2-3. 5. 6 y 8 ; Apocalipsis 21, 10-14. 21-23; san Juan 14, 23-29
Sé, aunque no comprendo, que hablar del tabaco es un tema tabú, que casi es más aceptado el que maltrates a una madre que tener el vicio inconfesable de la nicotina. Se está produciendo a mi alrededor una deserción del ejercito de fumadores que está dejando nuestras filas casi deshechas: cualquier día tendremos que hacer una regresión a la pubertad y volver a inhalar humo en el servicio. Los fumadores no podemos viajar en transporte público, nos hacinan en “ghettos” en los pasillos de los aeropuertos, nos expulsan de las oficinas arrojándonos a la calle como la basura. Nos miran con desdén y desprecio por la calle, somos incomprendidos en los actos de sociedad donde –en el caso de que los pongan-, los ceniceros se llenan de servilletas y pañuelos de papel (para los papeles están las papeleras) haciendo imposible arrojar la ceniza en ningún sitio.
Ahora encima de la mesa veo la amenaza que las autoridades sanitarias me lanzan desde el paquete de tabaco (he tenido que pagar para que me insulten): “Fumar puede matar” (es una suerte que sólo sea una posibilidad, yo estoy plenamente convencido que me voy a morir). He leído el libro tan famoso titulado “Dejar de fumar es fácil, si sabes cómo” y desde entonces fumo un poco más (si me he leído el Evangelio y no me he enamorado perdidamente de Cristo todavía no pensará ese autor que por leer un libro voy a dejar de querer a mis “buenos” amigos el alquitrán y la nicotina.) Los ex-fumadores intransigentes surgen como setas en primavera echándote en cara tu debilidad, aprovechan cualquier ocasión para vanagloriarse de su hombría de haber abandonado el tabaco y te machacan hasta que reconoces tu falta de “testiculina” y entonces te tratan como un padre hablaría a su hijo pequeño que se ha comido el pienso del perro y le explica su error con fingida indulgencia y una sonrisa bonachona en los labios, mientras tu estás pensando en el momento en que se vaya ese pesado para dar unas caladitas.
¿Motivos para dejar de fumar?, me los sé todos, podría escribir el martirologio del fumador, describir la envidia que me dan los que aún son capaces de correr doscientos metros sin expulsar un trozo de pulmón o lo que ahorraría sin echar humo. A pesar de todo no lo dejo, no sé si es que no soy capaz o es que en el fondo no quiero.
Pero bueno ¿y el comentario al Evangelio?. La verdad es que a las lecturas de hoy les hemos estado dando vueltas toda la semana y el tabaco seca el cerebro y el corazón ( a veces es mejor tenerlo seco que demasiado húmedo) así que sólo me quedo con una frase: “El Paráclito, el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho.” Si yo conozco todo lo necesario sobre lo malo que es el fumar y no me decido a dejarlo ¿No crees que también tú y yo sabemos todo lo que es necesario para ser santos pero no nos decidimos a dejarle al Espíritu Santo actuar en nuestra vida?. No sé si es que no soy capaz o en el fondo no quiero ser santo pero te aseguro que es mucho más fácil que dejar de fumar y trae muchas más ventajas. “Ven Espíritu Santo, llena los corazones (y pulmones) de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor,” repítelo mucho estos días y descubrirás que puedes y quieres ser santo.
Ojalá le tuviésemos el mismo asco al pecado que al tabaco y fuésemos tan insistentes para que los demás vivan en gracia de Dios.
María me quiere, aunque fume, pero no me gustaría que un beso mío oliese a nicotina y mucho menos que apeste a pecado, aunque sea venial.
(Posdata: si no fumas, no empieces que luego hay que pensar muchas tonterías para justificar el vicio, pero si ves a alguien que fuma no le regañes mucho, reza por él y rezarás por mí. Acabado el comentario: un cigarrito, por caridad.)