Hechos de los apóstoles 18, 9-18; Sal 46, 2-3. 4-5. 6-7; san Juan 16, 20-23a
Ya estamos a escasas veinticuatro horas de la boda (menos mal, estoy harto de escribir de este tema y seguro que vosotros de leerlo). Los nervios estarán a flor de piel, se mira y remira que todo esté preparado, que no falte nada, cualquier detalle es importante. Habrá gritos, carreras, llamadas nerviosas a móviles, mucho trabajo oculto y escondido –antes, durante y después-, trabajo que en conjunto conseguirá la perfecta celebración del acontecimiento.
“Sigue hablando y no te calles” le dice el Señor a San Pablo. Sin duda el pobre, después de algunos fracasos y bastantes palizas, se plantearía el callarse discretamente, hacer “mutis por el foro” y dedicarse a disfrutar de su vida cristiana en compañía de algunos incondicionales. Es una tentación casi constante en la vida del cristiano: dedicarse a los que ya están convencidos, reducir el círculo de actuación a aquellos que sabemos nos aprecian, nos valoran y nos motivan. Cuántas parroquias se van convirtiendo en “zulos” de vida cristiana, cerradas casi todo el día y con un grupo de feligreses selectos que hacen y deshacen según criterios que, a veces, no son del todo evangélicos. Cuántos padres y madres de familia han hecho de la fe un tema tabú en las conversaciones de su casa, cansados, aburridos y acomplejados tras el paso de los años.
“Sigue hablando y no te calles,” este consejo no es sólo para Pablo por ser un “gran comunicador,” es para todos y cada uno de los cristianos. Los que estén esta mañana limpiando los cubiertos para el convite de la Boda son tan importantes como el maestro de ceremonias, ninguno puede fallar. Cada vez que tú y yo callamos alguien deja de escuchar el mensaje de Cristo. ¿Que te rechazan? “No temas.”
Comprendo los silencios de los cristianos. Muchos sacerdotes, diría que todos, han vivido con pasión el Evangelio. Muchos padres de familia, diría que todos, han querido anunciar a Jesucristo en su casa, su “Iglesia doméstica.” ¿Los frutos? Parecen escasos, se reciben desprecios, te manipulan, se burlan, parece que predicas en el desierto y terminas tirando la toalla, apostando por “valores seguros” y echando la culpa a la “secularización creciente” a la falta de esfuerzo en el trabajo de anunciar el Evangelio.
“No temas:” “La mujer, cuando va a dar a luz, siente tristeza porque ha llegado su hora.” Tal vez nuestros “partos” duren toda la vida, nos parezcan eternos e interminables. “Pero en cuanto da a luz al niño, ni se acuerda del apuro, por la alegría de que al mundo le ha nacido un hombre,” por tu constancia Dios hará que veas los frutos y se te olvidarán los apuros y fatigas, darás por bien empleadas tantas horas, tantos desprecios y apariencia de soledad. Entonces “nadie os quitará vuestra alegría.”
“Ese día no me preguntaréis nada.” Cuando me preguntas los “por qué” de tantas cosas (las muertes de gente joven, las deserciones en la Iglesia, la falta de fe, el mal en el mundo, etc. …) me acuerdo de esta frase y, aunque no sé explicarlo, estoy seguro de que cuando veamos el amor entrañable y misericordioso de Dios se nos olvidarán los porqués y surgirá el “gracias.”
María, madre mía, ayúdame a “guardar en mi corazón” (en tu corazón), los cansancios y desvelos y a adelantar, desde ahora, mi acción de gracias.