Eclesiástico 51, 1-8; Sal 30, 3cd-4. 6 y 8ab. 16bc-17; san Mateo 10, 28-33
“Contaré tu fama, refugio de mi vida, porque me has salvado de la muerte, detuviste mi cuerpo ante la fosa, libraste mis pies de las garras del abismo”. No deja de ser significativo que la Iglesia –en la fiesta de una mártir- haya elegido estos textos del Eclesiástico. En el día en el que se celebra a Santa Teresa Benedicta, más conocida todavía por Edith Stein, resulta revelador este himno de alabanza a Dios. Es llamativo, cuando se celebra la muerte en Auschwitz de esta judía, feminista, filósofa, discípula de Husserl, conversa, carmelita y mártir.
“Me auxiliaste con tu gran misericordia: del lazo de los que acechan mi traspié, del poder de los que me persiguen a muerte; me salvaste de múltiples peligros”. Edith Stein fue una mujer que habló mucho, y su propia vida fue una encarnación de la importancia del papel de la mujer en el mundo actual. Luchó por los problemas que la mujer tiene en la sociedad, la misión de la mujer dentro de la Iglesia, la tarea de la estudiante universitaria…
El Evangelio de hoy quiere que nos fijemos en lo más importante que hizo esta mujer -y no solo aplicable a ella, sino a todo ser humando—, que es ser humilde: porque “si el grano de trino no cae en tierra y muere, -nos recuerda el Evangelio- queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto”. Lo importante no es sólo ser grano de trigo, sino un grano que quiere enterrarse por la humildad: darnos cuenta de que, por mucho que hagamos, como sin duda hizo en su momento Edith Stein.
Lo más importante es darse cuenta de que sin Dios no seríamos nada: sin Mi, “nihil potestis facere” nos dirá la Escritura, “sin Mí no podéis hacer nada”. No ser humilde es como el que “se ama a sí mismo”; ese, según nos dice hoy Jesús, “se pierde”. Sin embargo, “el que se aborrece a sí mismo en este mundo se guardará para la vida eterna”. Estas son las enseñanzas claras y nítidas que nos propone el Evangelio de la Misa.
Y la humildad está muy unida al servicio: el soberbio quiere que le sirvan, los demás están a su servicio. Él tiene todos los derechos. Los demás, obligaciones. El esforzarse por servir a los demás será una señal clara de estar en unión con Dios.
Quizá viene muy bien en estas fechas de verano que nos recuerden en el Evangelio que hemos de servir, porque el calor, la pereza que se apodera de nosotros, la “vagancia” hace que si ya en circunstancias normales nos gusta que nos sirvan, ahora aún más. Pero no te olvides –y así termina el Evangelio de la misa de hoy— que “donde yo esté allí también estará mi servidor; a quien me sirva el Padre lo premiará”.
La fiesta de hoy, de Santa Edith Stein, nos ayudará a pensar que, aún siendo muy inteligente, y con “muchos derechos”, ella quiso ser una humilde hermana monja Carmelita, recordándonos que el grano de trigo, para que sea fecundo, debe morir y “si muere, da mucho fruto”.