Ezequiel 9, 1-7; 10, 18-22; Sal 112, 1-2. 3-4. 5-6 ; san Mateo 18, 15-20

“Si tu hermano peca, repréndelo a solas entre los dos. Si te hace caso, has salvado a tu hermano”. Esto que acabamos de leer es muy difícil que se ponga en práctica entre los cristianos de hoy en día. Parece ser que no era tan extraño en tiempos remotos, y que se solía hacer con naturalidad en los primeros tiempos de los cristianos: corregir a quien vemos que está haciéndose mal a sí mismo o haciendo mal otros. Esto que nos recuerda el Evangelio de hoy no es lo mismo que gritar a otro las cosas que hace mal cuando hay algo que a uno le molesta o le enfada, eso sería dejarse llevar de la soberbia o del mal genio.
Lo que nos dice el Señor no es lo mismo que comentar las cosas que hace mal el otro a sus amigos o familiares a sus espaldas, eso se llama murmuración, ya sea en forma de calumnia o de difamación. Y mucho menos tiene que ver lo que nos enseña Jesucristo en este pasaje del Evangelio con golpear o herir físicamente al que vemos que está haciendo algo mal, eso sería un ataque directo, frontal –más o menos grave—, contra el quinto mandamiento de la ley de Dios.
Jesucristo no quiere nada de todo esto. Lo que dice es que “si tu hermano peca” es decir, hace algo que va contra la voluntad de Dios, no cualquier cosa, algo que es objetivamente malo, que es, como se dice textualmente “pecado”; y, además, aquí viene lo más señalado, nos dice el Señor el modo de actuar: “repréndelo a solas”. Esto parece indicarnos el carácter de hacer la corrección con delicadeza, “a solas”, es decir, no dejándolo mal delante de los demás, no humillándole. Podríamos deducir que se está refiriendo el Señor a que lo hagamos con afecto, con cariño; muy lejos de esas actitudes que criticábamos al principio o que pretendíamos distinguir de la auténtica caridad cristiana.
No podemos olvidar una cosa: es imposible que ni uno mismo ni los demás vivamos de tal manera que no hagamos nada irreprochable delante de Dios y de los hombres. Pero tenemos el derecho a ser corregidos. Sí, el derecho por ser cristianos. Esto quizá nos pueda sorprender, ya que podemos pensar que es una faena, que eso sólo nos lo hace alguien que no nos quiere.
Esto lo pensamos porque, desgraciadamente, la corrección por hacer algo mal va unido, casi siempre, al enfado del que nos corrige (los malos modos, las palabras malsonantes, expresiones en un tono de voz grotesco…). Todo esto lo provoca nuestra soberbia: la soberbia de quien corrige así de mal, sin tener en cuenta el consejo de Jesucristo, es decir, con cariño, buscando que la corrección no avasalle o humille, de modo que si lo haces con cariño, tal y como nos dice el Evangelio, habrás “salvado a tu hermano”. También existe la soberbia por parte de quien recibe esa corrección, que no la ve como un derecho, como una gracia de Dios, en el que puedas contar con un hermano, con un amigo, que te ayuda con su corrección, a evitar el pecado y a mejorar tu vida cara a Dios.