Ezequiel 36, 23-28; Sal 50, 12-13. 14-15. 18-19 ; san Mateo 22, 1-14

Es una bendición que cada cuatro años se celebren las olimpiadas. En tiempo de vacaciones, en que escasean habitualmente las noticias, suelen llenar la parrilla televisiva de programas de los llamados “del corazón,” ya que los protagonistas de estos programas no se toman vacaciones de fiestas, de mostrar la pechuga en el yate o de ser infiel por una u otra banda. Afortunadamente cada cuatro años podemos ver deporte y no las nalgas de la “jet-set.”
Ignoro por qué los llaman “programas de corazón” cuando son realmente descorazonadores. Parece que los enamorados (que proviene de “en-amor-dados) deberían llamarse “enamoralquilados” ya que la fidelidad brilla por su ausencia, la sinceridad es esa extraña desconocida y el mayor valor es la exclusiva de mayor montante económico que uno pueda conseguir. Cuántos verdaderos artistas o personas influyentes tienen que huir de esos programas para no verse mezclados entre tanta bazofia. Pero todo se justifica con el apellido “del corazón.”
“Arrancaré de vuestra carne el corazón de piedra y os daré un corazón de carne.” ¡Cuánta gente tiene hoy un corazón de piedra!. Es incapaz de inmutarse por nada que no le afecte personalmente y nada le extraña. Si la piedra que tienen por corazón fuera un diamante tal vez valdría la pena llegar a descubrirlo, pero suele ser una piedra pómez, llena de aristas, que raspa a quién se acerca y es incapaz de que nada le cale. El acostumbrarse a vivir entre infidelidades, engaños, mentiras, falsos amores, etc., va petrificando poco a poco el corazón.
Cuando el corazón se va petrificando se notan unos síntomas: Todo lo que se refiere a Dios molesta, vamos poniendo excusas -“uno se marchó a la boda, otro a sus negocios, los demás echaron mano a los criados y los maltrataron hasta matarlos”-, y parece que siempre hay cosas más importantes que hacer. La alegría se va perdiendo y aparece frecuentemente el mal humor. Se nos hace difícil compartir los bienes materiales, pensamos que siempre hay personas que tienen más y será su problema ayudar y esa falta de generosidad se vuelve contra uno mismo pues también es incapaz de compartir su interior. Se va encerrando en si mismo y se convierte en su propio dios que se perdona y se bendice, huyendo de los sacramentos de la Penitencia y la Eucaristía pues ya no le son necesarios.
¡Qué exagerado! –pensarán algunos-, pero si no ponemos el corazón en Dios y por Dios en los demás lo acabaremos entregando a nuestro mayor enemigo y, poco a poco, se irá convirtiendo en una dura piedra.
“Devuélveme la alegría de tu salvación, afiánzame con espíritu generoso.” El Señor puede devolverte un corazón de carne. Aunque pienses que a estás muy perdido el Señor mandará a alguien a “los cruces de los caminos” por donde pasa y conocerás su misericordia. Volverás a notar que la sangre circula por tu corazón y de allí se bombea a toda tu vida. Volverás a disfrutar de la vida y de Dios, gozarás con la fidelidad, amarás la sinceridad y en los demás, en vez de ver adversarios verás hijos de Dios.
Acuérdate de pasar por el tribunal del Amor que es la Confesión para vestirte el traje de fiesta y así acudir al banquete de tan buen rey.
Santa María y tu ángel de la guarda están en los cruces de todos los caminos por donde pasas, esperando que, como ella, digas: “Hágase en mi según tu voluntad” y recuperes la “alegría de la salvación.”
Vuelvo a ver las olimpiadas, que el deporte fortalece el corazón, los cotilleos lo matan. (Aunque me parece que este año tendremos que contar en el medallero español el escapulario del Carmen para hacer bulto).