Ezequiel 43, 1-7a; Sal 84, 9ab-10- 11-12. 13-14 ; san Mateo 23, 1-12
Espero que no tenga nada que ver con esta página pero algunos de los que tenemos que ver con estos comentarios hemos tenido que visitar al dentista. El dentista tiene varios aspectos humillantes: Te abren la boca a modo de hipopótamo, el dentista habla continuamente aprovechando tu indefensa bucal y, a pesar del elegante instrumental, te hace una obra de albañilería en miniatura entre dientes y molares. Pero sin duda uno de los momentos más humillantes es al terminar (no me refiero a pagar), cuando te dan un vasito de agua y te dicen: “Enjuáguese la boca.” Uno, que piensa que tiene la cavidad bucal llena de trozos de marfil, bebe un buen chupito, acelera el agua entre los mofletes y, de pronto, sale un chorro de líquido elemento contra la pared de la clínica por el lado del labio que te han dormido. Entonces te das cuenta que hay una parte de tu cara que no controlas, te imaginas a ti mismo con el labio más caído que “El Padrino,” y algo tan sencillo como enjugarse la boca se convierte en un reto al dominio de la lengua y la movilidad del cuello, aunque el agua sigue saliendo hacia cualquier dirección por mucho que quieras evitarlo.
“Haced y cumplid lo que os digan; pero no hagáis lo que ellos hacen, porque ellos no hacen lo que dicen.” Esta debe ser una de las frases más populares del evangelio. ¡Cuánta gente la cita con o sin motivo!. Se cita cuando se ve un mal ejemplo de la jerarquía o los sacerdotes (por cierto, los sacerdotes también son jerarquía aunque a algunos eso les haga tener retortijones, pero de eso hablaremos otro día), se cita cuando no nos convence alguna parte de la doctrina (entonces se trueca el sentido y no se vive ni lo que ellos hacen ni lo que dicen), se cita cuando nosotros mismos damos un mal ejemplo a nuestros hijos o vecinos.
De tanto usar las citas suelen perder su sentido. Se nos anestesia una parte de nuestra vida y por ella se escapan (cual inmenso escupitajo) toda nuestra vida interior. Las frases del evangelio de hoy se usan más como armas arrojadizas que como palabras de vida. “Todo lo que hacen es para que los vea la gente.” Al final uno acaba afirmando: “Yo hago lo mismo pero se me ve menos, con lo cual soy más bueno.”
“El que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido.” Para justificar nuestra falta de vida cristiana solemos humillar a los demás: “El Papa ha dicho esto, ¿cómo se atreve si vive entre las riquezas vaticanas?” “El obispo ha dicho lo otro, … seguro que tiene algo que ocultar” “El sacerdote ha predicado de lo de más allá, … pues yo conozco un cura que hizo lo contrario.” Se nos olvida que será el Señor el que ponga a cada uno en su lugar y, como diría Spiderman: “Un gran don conlleva una gran responsabilidad” con lo que seguramente temblaremos ante el día del juicio. Pero no se trata de intentar poner “a parir” a los demás, de lanzar enseguida el “¡¡¡Y tú más!!!” para justificar nuestra falta de vida en Cristo.
“Y caí rostro en tierra.” Ante los pecados y las miserias de los que formamos la Iglesia (y el mundo, el pecado no existe sólo para los creyentes), no podemos dejar que se nos duerma el músculo de la caridad. Rostro en tierra reconoceremos la misericordia entrañable de Dios que se sirve de tan inútiles siervos para manifestar su voluntad.
Nuestra Madre del cielo cumplió siempre la voluntad de Dios, ponte en su presencia y haz lo que Ella te diga, con toda confianza.