san Pablo a los Corintios 2,1-5; Sal 118, 97. 98. 99. 100. 101. 102 ; san Lucas 4, 16-30
Ya han terminado los juegos olímpicos (y ha comenzado la liga de fútbol). Lo mejor de los deportes televisados es que todos nos volvemos deportistas, entrenadores, atletas y gimnastas sin movernos del sillón. Ayer dejamos de ser todos unos entendidos en ciclismo de persecución en pista y comenzamos a hacer las alineaciones de los equipos de fútbol y a chutar mejor que Ronaldo. Cuando las cosas se ven por televisión es fácil juzgar, criticar y decidir. Si tuviésemos que correr la maratón, saltar desde un trampolín de veinte metros o regatear a Andrade veríamos todo bastante más complicado.
“Hoy se cumple esta escritura que acabáis de oír.” Pienso que ese “hoy” fastidió y fastidia más a muchos que mentarles a la madre. Podríamos ver la redención como los cien metros lisos, desde el sillón de casa comiendo unas palomitas y sin sudar una gota. Pero nuestra redención se realiza en Jesucristo (el mismo ayer, hoy y siempre), y por eso es algo para hoy. Si el Señor hubiera dicho: “Esto se cumplirá,” seguiríamos esperando tranquilamente a que lo vean nuestros hijos, pero que a nosotros no nos “complique la existencia.” Nos pasa como a Felipe, el personaje compañero de Mafalda, que al colgar en su habitación un póster que rezaba: “No dejes para mañana lo que puedas hacer hoy,” se dice a sí mismo: “Mañana comienzo.”
Hoy es el día en que “se da la Buena Noticia a los pobres, se anuncia a los cautivos la libertad y a los ciegos la vista, en que se da la libertad a los oprimidos, en que se anuncia el año de gracia del Señor.” Es hoy, no es mañana, ni cuando “esté preparado” o con fuerzas (“me presenté ante vosotros débil y temeroso”).
Hoy es el día en que tienes que ser santo, en que tienes que cumplir la voluntad de Dios. No mañana, que no sabes si llegará. No “teorizando” a ver cuando llega el momento de hacer lo que Dios quiere. Ese momento es hoy, es ahora.
“¡Cuánto amo tu voluntad, Señor!” repetimos hoy en el salmo. No decimos: ¡cuánto me gustaría amar tu voluntad!, ni ¡algún día amaré tu voluntad!, ni tan siquiera ¡cuánto te aman algunos, yo ya te amaré igual!. Muchos judíos esperaban con ansia la época del Mesías, ¡mientras no fuese la suya!. Tristemente muchos cristianos viven (vivimos) como si la Redención no se hubiera llevado a cabo, como si la santidad fuese asunto relegado a la ancianidad, como si fuese a “fastidiarnos” la vida el caminar según Cristo.
Tú y yo no debemos esperar. Debemos desterrar de nuestro lenguaje la palabra “mañana.” La gracia de Dios no es acumulable, no se guarda, como la electricidad en las baterías, hasta que nos decidamos a “utilizarla.” Dios nos da su Gracia hoy, ahora, en este momento, para que vivamos ya como hijos suyos.
Santa María no esperó la ocasión propicia, conoció el día del Señor y no lo dejó pasar de largo.