Hechos de los apóstoles 6, 8-15; Sal 118, 23-24. 26-27. 29-30; san Juan 6,22-29
“¡Santo Subito! ¡Santo Subito!”. Muchas pancartas, algunas pidiendo la pronta beatificación de Juan Pablo II, adornaban la Plaza de San Pedro el pasado viernes. De los más de cuatro millones de personas que han desfilado por la Ciudad Eterna para rendir el último homenaje al Papa, cerca de un millón eran jóvenes venidos de todo el mundo. “Os he buscado, y ahora venís a verme”, fueron casi las últimas palabras del Santo Padre poco antes de morir. “Todos los miembros del Sanedrín miraron a Esteban, y su rostro les pareció el de un ángel”. ¡Sí!, ese es el secreto de la “eterna juventud”: la fidelidad a Dios. Y el Papa nos lo ha demostrado con creces. Su sintonía con millones de jóvenes no era fruto de sus dotes políticas o artísticas, sobre todo si pensamos en sus últimos años de vida (pensemos que muchos medios de comunicación exigían su jubilación porque se trataba de un “viejo que babeaba”). Pero lo que aún muchos no aprendían es que cuando Dios intervenía a través de un “instrumento” dócil como Juan Pablo II, “no lograban hacer frente a la sabiduría y al espíritu con el que hablaba” y actuaba.
Es el “juego” de Dios a lo largo de la historia de la humanidad: confundir la lógica de los hombres, y mostrarles que el único camino para alcanzar la sabiduría es la verdad, aunque en ocasiones sea absurda para los intereses de muchos de ellos. Todo esto tiene una sola respuesta: la sencillez. La misma sencillez con la que se mostró Juan Pablo II, siendo capaz de conectar con los “grandes de la tierra”, a la vez que arrastrar a millones de jóvenes para encontrarse con Cristo: camino, verdad y vida. Muchos místicos y santos denominaban a esta actitud respecto a Dios con la expresión de “infancia espiritual”. Es la experiencia de aquellos que han descubierto lo que supone abandonarse en las manos de Dios con una absoluta confianza. Pero para ser auténticos niños delante de Dios hay que tener el corazón desasido de las cosas del mundo, y no depender del juicio de los demás, es decir, de aquello que se denomina lo “políticamente correcto”: Por eso, la coherencia de vida de Juan Pablo II ha molestado a muchos, y así, muchos han pretendido ver un Papa que, en cuanto a la justicia social era un renovador, y en cuanto a la moral un ultra conservador. Pero los jóvenes que han conocido a este Mensajero de Dios, han descubierto que la esquizofrenia proviene de aquellos que han pretendido separar lo humano de lo divino. Juan Pablo II no sólo ha hablado a los católicos, ha gemido y dado gritos de alerta al mundo entero, porque lo que está en juego es el futuro de la propia humanidad.
“Trabajad, no por el alimento que perece, sino por el alimento que perdura para la vida eterna”. El Papa nos ha demostrado, día tras día, su juventud y su fuerza para vencer los obstáculos de la indiferencia. Sin perder la noción de la realidad ni del tiempo, ha empapado cada rincón de la tierra con la victoria de Cristo en la Cruz. De esta manera, el sufrimiento no era una carga, sino un medio de redención que culmina en la vida eterna… ¡Qué hermosa manera de identificarse con los sentimientos de millones de hombres y mujeres del mundo entero! En definitiva es lo único que importa: tu salvación y la mía… ¡para siempre!
La Virgen María creyó en la obra que Dios operó en su vida. Ella también era joven cuando Gabriel le anunció a quién iba a llevar en su seno. Y joven la coronó Dios como Reina y Señora de todo lo creado… ¿Cuál es el secreto de la juventud que nos ha legado Juan Pablo II, y que ahora debemos transmitir a todos los que nos rodean?: “La obra que Dios quiere es ésta: que creáis en el que Él ha enviado”.