Hechos de los apóstoles 15, 7-21; Sal 95, 1-2a. 2b-3. 10; san Juan 15, 9-11

Ojos abiertos e iluminados, O como diríamos en expresión coloquial: “echando chiribitas”, sonrisa de anuncio, cabeza alta, es como podríamos definir la expresión de los niños de mi parroquia que preparándose para su primera comunión se han confesado por vez primera. Es cierto, que al empezar estaban igual de sonrientes, con los ojos igual de abiertos, pero eso era por los nervios ante lo desconocido y por la vergüenza al tener que contar lo que no querían que se supiera. Sin embargo, al finalizar, cuando sus ojos “echaban chiribitas” y sus sonrisas eran “de oreja a oreja”, no se debía a los nervios, ni a la vergüenza, sino a que habían experimentado la Misericordia de Dios en sus personas; porque lo que tanto les asustaba y entristecía había desaparecido, no por arte de magia, sino sacramentalmente por la absolución.
Se podría decir que los niños, llenos de la gracia de Dios, estaban rebosantes de alegría, incluso de felicidad porque al haber recuperado la Gracia de Dios; en expresión del evangelio de hoy: “Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros”, han experimentado que solo cuando uno permanece en el amor de Dios, es cuando realmente estamos alegres. Y es que el Amor de Dios nos hace estar alegres, es el que nos llena de alegría, de la Alegría profunda, de esa Alegría que “tocamos” en la confesión, de esa Alegría de la que nos llenamos al cumplir la voluntad de Dios, de esa Alegría eterna que experimentamos de manera muy limitada en la tierra, porque permanecemos en el amor de Dios.
Cuando cumplimos sus mandamientos, cuando por las obras (y no sólo de palabra) le decimos a Dios que le amamos, cuando estamos en Gracia de Dios, es cuando estamos Alegres, Alegres profundamente, Alegres “por dentro”.
Esa alegría que no se pierde ante las adversidades, contrariedades, preocupaciones, dolores, sufrimientos, discusiones (como el de la primera lectura) que no se pierde por una ley, o un programa, o una persona que se porta mal con nosotros, sino que, a pesar de los pesares, permanece, porque permanecemos en el Amor de Dios cuando cumplimos su Voluntad, sus mandamientos.
Entonces es cuando, como hemos proclamado en el Salmo Responsorial, contamos “las maravillas del Señor a todas las naciones”. Las maravillas de Dios, no sólo las que hizo o las que hace, no sólo las que vemos en otros o en un caso “aislado”, no sólo los milagros o lo sobrenatural de los santos, sino las que hace también en cada uno de nosotros, en ti y en mí. Las maravillas, porque no tienen otro nombre (incluso éste se queda corto), que hace para que permanezcamos en su amor, que hace para que cumplamos su voluntad, que hace para llevarnos a la Casa del Padre, que hace siempre para que podamos estar más alegres, para que: “vuestra alegría llegue a plenitud”.
Al volver la vista a atrás y leer los comienzos de la Iglesia (y ver su historia), en el libro de los “Hechos de los apóstoles” que estamos leyendo como primera lectura, uno descubre que, a pesar de los que pasaron los discípulos y los primeros cristianos, latigazos, golpes, insultos, prohibiciones, persecuciones e incluso el martirio, que a pesar de las tensiones en el seno de la Iglesia (“después de una fuerte discusión, se levantó Pedro”), que a pesar de sus imperfecciones, limitaciones, debilidades, fragilidades y pecados, predicaron con alegría lo que habían visto y oído al Señor cumpliendo su mandato “Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado”. A pesar de no tener demasiados medios materiales, económicos, audiovisuales, de comunicación o de transporte (furgoneta) quisieron cumplir la Voluntad de Jesucristo y pusieron todos los medios a su alcance para lograrlo. Sus medios que fueron su voluntad, su inteligencia, su alegría, su amor a Dios y por supuesto la Gracia de Dios que no falta, la guía del Espíritu Santo que nos marca el camino a seguir, sin olvidar los sacramentos, fundamentales para poder cumplir nuestra misión. Tenían una alegría tan grande que no se la pudieron callar, una “Noticia” que tenían que proclamar.
Mirando a este mundo, a la sociedad que nos ha “tocado” vivir, en la que parece que Dios no tiene cabida, en la que la vida humana no tiene casi valor, en la que intentamos torcer la naturaleza de las cosas y de los seres humanos, en la que el dinero está por encima de las personas, en la que el egoísmo es norma “sagrada”, (añade todo lo que quieras), podemos amilanarnos o reducir a Dios a nuestra conciencia o ámbito personal, pero nuestra alegría reside (no la vamos a encontrar en otra parte) en permanecer fieles a la voluntad de Dios, en su amor.
No encontrarás nadie más alegre que la Virgen María, porque ella es la única que ha permanecido siempre en su amor, cumpliendo siempre y en todo la Voluntad de Dios: cuando pierdas esa alegría profunda, acude a ella, examina qué mandamientos no has cumplido y, de la mano de Nuestra Madre, acude cuanto antes a la confesión, y recuperarás esa alegría que hace mirar al mundo, a la sociedad y al prójimo con esperanza, y perseverando en el amor de Dios, con la intercesión de María, nuestra alegría llegará a su plenitud.