Eclesiástico 51, 1-8; Sal 30, 3cd-4. 6 y 8ab. 16bc-17; san Mateo 10, 28-33

Vivimos numerados. Tenemos el número del Documento Nacional de Identidad, de la Seguridad Social, de Hacienda, de la cuenta corriente, de la tarjeta de crédito, del teléfono, del portal de nuestra casa, por tener teneos hasta número de pie. Sólo falta que mi madre, en vez de llamarme por mi nombre, me llamase “el 6.”
Seguimos en semana de Santos, en este caso santa. La santa número 44070. No es que se haya hecho un catálogo numerado de santos, ni que lo haya mirado en una lista numerada por orden alfabética. Por el número 44070 llamarían a esta santa los últimos meses de su vida y lo llevaría marcado a fuego en su antebrazo, indeleble como la señal de los clavos de nuestro Señor. Esta santa es Edith Stein, Santa Teresa Benedicta de la Cruz con el nombre que adquirió al entrar en el Carmelo. El número 44070 era su nombre en el campo de concentración nazi durante la Segunda Guerra Mundial y con el que la llamarían a la cámara de gas el 9 de agosto de 1942.
La vida de Edith Stein tiene los rasgos de la vida de nuestro tiempo. Judía, de familia muy practicante, ella vive medio desvinculada de la fe de sus padres. Intelectual, asistente de la cátedra universitaria de Husserl. Maestra, escritora e inquieta (tal vez este último rasgo le separe de unos cuantos que yo conozco, que no se inquietan por nada). Entre tanta intelectualidad el empujón que recibió para su conversión fue la lectura del Libro de la Vida de esa otra mujer santa: Teresa de Jesús, que aprendió en la escuela de la oración y de la contemplación de la pasión del Señor. Tal vez por ello, nuestra santa de hoy dirá un día: “Más vale un poco de estudio de humildad y un acto de ella que toda la ciencia del mundo.” Claro, que eso sólo puede decir quien ha estudiado antes.
El número 44070. En un mundo en que lo importante es que la gente te conozca, y mucho más en el ambiente intelectual donde la soberbia se desliza sibilina como una serpiente y busca el reconocimiento, quedar reducido a un número puede parecer un fracaso. Como se dice: “Lo importante es que hablen de uno, aunque sea mal.” Esta joven judía, con un futuro prometedor, perdió el aplauso humano por la eternidad.
“No tengáis miedo, no hay comparación entre vosotros y los gorriones.” Cuando se escuchan con el corazón estas palabras (ojo, no digo “se leen,” sino “se escuchan” pues el Evangelio tiene que resonar en los oídos del alma, no quedarse en el exterior), cambia la vida, se ve desde otra perspectiva. No sé que parte del cerebro es el encargado de reconocer los sonidos. Lo cierto es que, a pesar de mi mala memoria, soy capaz de reconocer las voces de los amigos, aunque lleve tiempo sin verles ni escucharles. Debemos tener un inmenso almacén de información de sonidos y, aunque a lo largo de nuestra vida oigamos miles de millones de sonidos y de voces diferentes, de pronto nos salta la alarma: “Esa voz la conozco.” Y solemos acertar. Cuando voy en el Metro me importan bastante poco las conversaciones de todas las personas que no conozco, acaban convirtiéndose en “ruido,” que procuro ignorar. Pero cuando entre esa maraña de sonidos encuentro una voz conocida me vuelvo a hablar con él.
Pienso que algo así les ocurre a los santos. Todo se convierte en “ruido,” al que permanecemos indiferente, y sólo escuchan la voz de su Amado, la voz de Cristo. Como nos dice hoy el libro del Eclesiástico, en medio de todos los peligros y dificultades, en medio del “látigo de la lengua calumniosa y de los labios que se pervierten con la mentira,” sólo se descubre “la compasión del Señor y su misericordia eterna.” Aunque Teresa Benedicta se hubiese convertido en un número para sus torturadores, y pasase las penalidades y brutalidades, que todos hemos escuchado de los campos de concentración nazis, sólo sabía que le importaba al Señor más que los gorriones. Esa era la voz conocida, que se imponía a las demás, que le repetía: “No tengáis miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma.” Todo lo demás sólo era ruido.
Mientras escribo tengo puesta una musiquilla de fondo, si me preguntasen qué he escuchado en este rato no sé si sabría contestar. Hoy le pido al Señor, pídeselo tú también, que eduque mis oídos para escucharle sólo a Él. Que todo lo demás, que cuando le prestamos atención no hace sino aturdirnos, quede relegado a un segundo y tercer plano. Así, cuando alguien te trate como a un número, de manera fría y calculadora, escucharás claramente la voz de Dios que te llama por tu nombre. “No temas María, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá.” Pues eso.