Isaías 56, 1. 6-7; Sal 66, 2-3. 5. 6 y 8; san Pablo a los Romanos 11, 13-15. 29-32; san Mateo 15, 21-28

Lo siento si algún sacerdote busca alguna idea en este comentario para predicar este domingo. Se expondrá a que le tiren un banco a la cabeza.
Las palabras pueden utilizarse bien o mal y, como a las personas, puedes tenerles afecto o aborrecerlas dependiendo del contexto, la entonación y el sentido que quieras darles. Puede parecer curioso que a un párroco de una parroquia le cree esa tensión “amor-odio” la palabra parroquiano.
Ayer bauticé a mi último (por ser el último en llegar), parroquiano. Un bebé con Síndrome de Down que a fin de mes tendrá que pasar por la mesa de operaciones para curarle un problema cardiaco (acordaos en vuestra oración de él). Seguro que la vida de este pequeñín está cambiando la vida de más personas que trescientas predicaciones mías y está sujetando en sus manitas muchas de las tareas que hacemos en la parroquia. Eso es un primor de parroquiano, y así lo presentaré con orgullo. Como este niño hay muchos de la parroquia que callados, sin llamar la atención, sostienen con su oración y su trabajo lo que aquí hacemos. Algunos de ellos lo hacen, por decirlo así, “cara al público,” son catequistas o participan en grupos, y se nota por Quién están allí.
Sin embargo hay otros que se presentan a sí mismos como “parroquianos.” Lo dicen como si fuese un título nobiliario y, en su presencia, hay que hacer poco menos que genuflexión doble. Tristemente presentan la parroquia como si fuera de su propiedad. Son dueños celosos de “su” parroquia, con “sus” curas, “sus” costumbres y, por supuesto, “su” protagonismo. Es curioso, hemos hecho parroquias que están por encima del Obispo, de la Diócesis, del Papa y de la Iglesia universal. Como nuevos Ptolomeos descubren que todo gira en torno a sí mismos y se cierran en banda si alguien intenta quitarles esa centralidad. Estos parroquianos me dan pena (a veces náuseas), pero es lo que tenemos.
“También los perros se comen las migajas que caen de la mesa de los amos.” Uno de los criterios que he descubierto para distinguir entre parroquianos de un tipo o de otro nace de este evangelio. A veces no es fácil distinguirlos, es fácil dejarse seducir por los que se cubren de palabras teológicas y frases pseudo-piadosas y que están todo el día en la parroquia “muy ocupados en no hacer nada,” normalmente criticando al resto de la humanidad. ¿Cómo distinguirlos?. Por las migajas. De su mesa no cae nada, rebañan hasta apurar la última migaja y no aceptan que nadie participe de su escaso, aunque para ellos abundantísimo, e insípido banquete. A veces echan un mendrugo a los demás, como si de perros se tratase, y eso “no está bien,” aunque lo llamen “caridad” o “acción social”. Algunas veces alguien se acerca a su mesa, pero o es capaz de luchar a codazos por su puesto y convertirse en lo mismo que ellos, o es rechazado y se marcha desilusionado de lo que ha encontrado. No sobra nada y siempre están hambrientos de protagonismo pues son ellos los que han puesto su mesa, sus viandas y es su banquete.
Comprendéis que es una exageración, pero os aseguro que no está muy lejos de la realidad de algunos de los que se llaman parroquianos.
Nosotros tenemos que acercarnos a “la mesa del Señor.” Esa sí que es abundante. Es Él el que, sin que lo merezcamos, “nos atraerá hacia su monte santo, nos alegrará en su casa de oración.” Por eso servimos al Señor en ese banquete, estamos ansiosos de que los demás se acerquen a compartir con nosotros esas viandas que sabemos que nunca se acabarán, nadie está excluido. Hasta cuando nos parece que sólo llegamos a las migajas escuchamos las palabras de Cristo: “Que grande es tu fe: que se cumpla lo que deseas.” Es tanto lo que recibimos que no podemos menos que “salir a los caminos” e invitar a todos a entrar, y nos volvemos en seguida cuando escuchamos la voz de los que “vienen detrás gritando,” aunque no sean como nosotros. Hay para todos y sobra, pues es el Señor el que ha preparado el banquete. Entonces la parroquia no está entre las cuatro salas de catequesis; la parroquia estará junto al sagrario, en la sala de catequesis, en el mercado, en cada hogar, en la junta de vecinos, en el bar, junto a la cama del enfermo y en el entierro.
¿Qué hacer con los parroquianos en el peor sentido de la palabra? Nos lo dice San Pablo: “Así también ellos, que ahora son rebeldes, con ocasión de la misericordia obtenida por vosotros, alcanzarán misericordia.” Es decir, no te canses de invitarlos al verdadero banquete. Compréndelos y quiérelos. ¿No me digas que tú nunca has tenido la tentación de hacerte un dios a tu medida?. Nunca te sientes a su mesa y, aunque te desprecien, te difamen, te insulten y te traicionen, acércales siempre los manjares de la mesa del Señor. Ya volverán porque tienen mucho que aportar.
La Virgen es la “encargada de protocolo” de este banquete y, no sé cómo lo hace, siempre encuentra sitio para todos, hasta para los que habías dado por imposibles. Ayúdala.