Jueces 11, 29-39a; Sal 39, 5. 7-8a. 8b-9. 10; san Mateo 22, 1-14

“Dios no es justo.” Es curioso la cantidad de veces que se oye esta frase a lo largo de la vida, e incluso seguro que alguna vez se nos escapa. En cuanto la vida nos contraría o tenemos algún disgusto, nos convertimos en jueces hasta de la voluntad de Dios. En seguida somos más justos que el “Justo de los justos.”
Hoy las lecturas nos presentan dos de esas “injusticias,” ante las que el hombre moderno levantaría la voz para quejarse e interponer una demanda ante “Amnistía internacional.” Una “injusticia” es la que sufre Jefté, que tiene que sacrificar a su hija, “su hija única,” y la otra la del convidado que no “llevaba traje de fiesta,” y es “arrojado fuera, a las tinieblas.” Parece que hoy se nos presenta un Dios demasiado duro, intransigente, injusto. ¿Dónde está el Dios de la misericordia?
Pero dejemos hablar, o callar, a los protagonistas. La hija de Jefté no se queja a Dios: “Padre, si hiciste una promesa al Señor, cumple lo que prometiste, ya que el Señor te ha permitido vengarte de tus enemigos.” De quejarse de alguien sería de su padre, que había hecho una promesa “tirando con pólvora ajena” -como se suele decir-, pero se vuelve en su contra. Dios había cumplido, la hija de Jefté no comprendería que su padre no cumpliese la palabra dada.
El hombre que no llevaba el vestido de fiesta, ante la pregunta del Señor, que le llama “amigo,” no responde: “no abrió la boca.” No inunda la sala del banquete de excusas, perdones, justificaciones y demandas, Él sabe que no está con el traje de fiesta, su esperanza era que no se diese cuenta el rey, pero una vez descubierto sabía que sería expulsado.
Nosotros somos habitualmente los expertos en excusas. Ahora que me acabo de terminar una novela “de abogados,” te describen cómo intentan (en las novelas, por supuesto), falsear la realidad, hacer verdad a la mentira, romper pactos y tratos. Así hacemos nosotros con Dios. Nos llenamos de excusas, intentamos cambiar nuestras palabras y nos justificamos o apelamos a que Dios no tiene que dar importancia a ciertas cosas, que antes habíamos prometido cambiar, pero nos damos cuenta de que nos cuestan.
No actuemos así. Ten presente que Dios no sólo es justo, sino que Él es la misma justicia, no vas a darle lecciones. Y la justicia de Dios se ha realizado en Jesucristo. A Dios no hace falta que le “vengamos con excusas”, que intentemos convencerle de nuestra santidad. Él nos conoce, mejor que nosotros mismos. Sabe que somos barro, que somos pecadores y que nos equivocamos una y mil veces. No hace falta que intentemos defendernos, “hemos sido comprados a gran precio”, a pesar de lo poco que valemos.
Ante Dios preséntate como eres, pídele el vestido de fiesta, y Él mismo te dará su Gracia, no intentes venderle “gato por liebre.”
¿Tenemos un Dios injusto?. Por supuesto que sí. Espero no decir una herejía demasiado grande si digo que Dios es injusto, pues nos trata mucho mejor de lo que mereceríamos por simple justicia humana. La justicia de Dios está preñada de amor, no intentes tú corregirle la plana.
María es testigo predilecto de esa justicia de Dios, su virginidad la ha convertido en madre de toda la humanidad. Pídela que te ayude a amar la voluntad de Dios y su justicia. “Dichoso el hombre que ha puesto su confianza en el Señor.”