Rut 1, 1. 3-6. 14b-16. 22; Sal 145, 5-6ab. 6c-7. 8-9a. 9be-10; san Mateo 22, 34-40

Cuando preparas la celebración del Matrimonio los novios suelen hacer preguntas de lo más curiosas. Cómo se entra en la parroquia, las flores, fotos, dónde se ponen los niños, a qué lado está la madrina. A veces preguntan sobre el significado de los anillos. Esa pregunta da para una auténtica catequesis. Los anillos, se llaman en realidad alianzas, recuerdan la alianza que hacen entre ellos y ante Dios, son signo de la alianza de Dios con los hombres y testimonian la fidelidad. Por eso los divorciados se suelen quitar los anillos y muchos viudos se los suelen dejar puestos. Es inconsciente en muchos casos, pero se cumple. Ahora que algunos se llenan de anillos por todas partes, como una ferretería andante, pueden ir perdiendo su significación especial, pero la tienen. A veces la mejor táctica de que algo pierda el significado es ponerlo a la vista: anillos a mogollón, rosarios al cuello, crucifijos en las orejas, … Nunca se vendieron tantos artículos religiosos para rezar menos, pero esa es otra historia.
“No insistas en que te deje y me vuelva. Donde tú vayas, iré yo; donde tú vivas viviré yo; tu pueblo es el mío, tu Dios es mi Dios.” Estas palabras de Rut, la moabita, a su suegra Noemí, son otra de esas joyas que nos presenta la palabra de Dios. Rut es fiel a Noemí, y asegura (aunque hoy no lo leemos), que “es tan sólo la muerte la que nos ha de separar.” Esa fidelidad de Rut, por muy extranjera que fuese, en medio de tanta infidelidad del pueblo de Israel, conseguirá que Rut fuese la bisabuela del Rey David.
Al igual que los anillos, los rosarios y las cruces, se muestra la infidelidad como un adorno. Se expone públicamente, se presume de la infidelidad, se cambia de pareja más que de calcetines y se aplaude e incluso se aprueba que alguien encuentre a su amor verdadero, auque lo esté encontrando cada dos meses. Poco a poco se va perdiendo el sentido de la fidelidad y, aunque se añora, nos hace falta alguien que os diga unas palabras como las de Rut a Noemí.
Hay alguien que te las dice. “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser.” Como es un mandamiento nos puede parecer que es una obligación nuestra y podemos imaginarnos a Dios como a un rollizo y pasivo Buda, esperando que le alabemos. Pero el amor no es un movimiento de un solo sentido. Cuando Dios nos exige amor es porque Dios nos ama primero: “Vosotros seréis mi pueblo y yo seré vuestro Dios.” A poco que te acerques a Dios te darás cuenta de que Él siempre permanece fiel. Ha querido acompañarnos haciéndose hombre, como Rut acompañaba a Noemí, “hasta la muerte.” Siempre está ahí, nunca nos deja, nunca se arrepentirá de la alianza que ha hecho contigo, con su Iglesia. Aunque quieras apartarte de Él, es más cabezota que nosotros y nos quiere mucho más que nosotros a Él.
Cuando nos demos cuenta de ese amor entrañable de Dios no podremos dejarle, como el amante a su amada. Y al igual que la alianza matrimonial se lleva puesta para demostrar al mundo que estamos enamorados, y somos correspondidos, el cristiano lleva “por fuera” la caridad, el amor al prójimo.
Nuestra Madre lleva el título de Esposa del Espíritu Santo, pídele a ella que te muestre el camino de la fidelidad.