san Pablo a los Romanos 7, 18-25a; Sal 118, 66. 68. 76. 77. 93. 94 ; san Lucas 12, 54-59
«Cuando veis subir una nube por el poniente, decís en seguida: «Chaparrón tenemos», y así sucede. Cuando sopla el sur, decís: «Va a hacer bochorno», y lo hace”. Así empieza el Evangelio de hoy. Recordaréis, en este sentido, que hace unos días sacábamos como propósito de nuestra meditación del Evangelio, trasladar lo humano a lo sobrenatural. Este inicio del Evangelio de la Misa de hoy es un ejemplo más de cómo el Señor nos quiere enseñar que lo divino y lo humano están unidos. Que esa cabeza que Dios nos ha dado debe pensar, razonar de tal modo que las cosas de la tierra -los sucesos más importantes y los más triviales- deben de ser razonados, pensados, de modo que nos sirvan para acercarnos a El, y no para alejarnos.
Así, después de que el Señor les hace fijarse a aquellos hombres -y ahora a nosotros- en lo que sucede con la climatología, les dice: “hipócritas: si sabéis interpretar el aspecto de la tierra y del cielo, ¿cómo no sabéis interpretar el tiempo presente? ¿Cómo no sabéis juzgar vosotros mismos lo que se debe hacer?”
Hace dos días estaba hablando con un amigo que vive en Estados Unidos. Él es estudiante y en la conversación empezamos a hablar de cómo viven los americanos algunos aspectos de la moral cristiana. Y de pronto, él dijo: “claro, para ellos eso no es tan grave como para nosotros aquí en España”.
Es cierto, a veces podemos pensar que la moral, lo que está bien o está mal o, como dice hoy el Señor “¿cómo no sabéis juzgar vosotros mismos lo que se debe hacer?”, pensamos que depende del país donde se desarrollan los hechos, de modo que según esto, habría cosas que serían pecado en España y en Estados Unidos no, por ejemplo; o que dependen de la educación que uno haya recibido; así, si uno ha ido a un colegio de religiosos donde ha recibido una formación cristiana, tendrá “más obligaciones” que aquel que ha ido a una institución laica de enseñanza en la que nunca ha recibido clases de religión. O, finalmente se me ocurre, que dependería de la época en que uno naciera para determinar qué cosas están bien o mal, de modo que habría cosas que serían pecado en el siglo XVI y no ahora, o al revés.
Bien. Aunque el tema es un poco más complejo, quizá sea suficiente volver aquí a la frase tan interesante que dice el Señor: “¿Cómo no sabéis juzgar vosotros mismos lo que se debe hacer?” Juzgar “vosotros mismos”. Hay cosas que son de la esencia del hombre, de la naturaleza de la persona, del ser humano hijo de Dios y eso “nosotros mismos” lo sabemos juzgar; aunque podemos buscar mil excusas y explicaciones, lo cierto es que el hombre sabe “juzgar” por él mismo (no según su formación religiosa, no según el país, no según la época) lo que le acerca o le aleja de Dios. Es lo que se ha dado en llamar la Ley Natural. Pero se le da el nombre a algo que ya existe, que es así, y recibe un nombre.
Por tanto no nos engañemos. Puede ser que un hombre no sepa que ese acto bueno o malo está contemplado en un cuarto mandamiento, o en un sexto o en un séptimo. Pero esto es distinto a que no sepa que no honrar a sus padres, o fornicar, o robar, está mal.
Quizá el Evangelio de hoy sea una llamada precisamente a eso: a no engañarnos. A volver a tener presente que un día, delante de Dios, tendremos que reconocer que esto o aquello que ahora afirmamos que “no pasa nada”, veamos, entonces, que no estábamos en lo cierto; porque ahora -y no sólo entonces- sabemos ya qué esta mal o bien.