Isaías 52,13-53,12; Sal 30, 2 y 6. 12-13.15-16.17 y 25; Hebreos 4, 14-16; 5, 7-9; san Juan 18,1-19,42
Fueron sólo tres horas… La Historia tiene millones de años, varias glaciaciones, civilizaciones cuya duración se cuenta por milenios, guerras que han hecho arder el Planeta durante lustros… ¿Qué son tres horas? Si se perdieran, ¿qué libro de Historia se resentiría? ¿A quién le importan tres horas?
El Monte Calvario no es un monte. Yo he estado allí. Es una roca, una piedra grande y nada más… Nuestro Planeta es, sobre todo, agua. Desde el espacio, todo se ve azul, digamos que tirando a verdoso. El Everest sube más de ocho mil metros sobre el nivel del mar… ¿Qué es la piedra grande de la Calavera? Si la dinamitasen, ¿Qué capa de la orografía terrestre se resentiría? A España ni siquiera le alcanzaría un leve temblor… ¡Qué digo a España! ¡No temblaría ni Tel-Aviv! ¿A quién le importa la piedra del Calvario?
Jesús era, según se creía, el hijo de un artesano de Nazareth que murió crucificado, como otros miles de hombres de su época, tantos que, en Judea, los romanos se quedaron sin árboles para hacer cruces… La Historia la hacen los emperadores, los reyes, los científicos y los triunfadores. César cruzó el Rubicón. Napoleón puso media Europa patas arriba. JFK fue el hombre más poderoso del mundo… ¿A quién le importa el hijo de un artesano? Algún investigador minucioso podría hallar noticias de Pilato o Caifás… ¿Pero a quién le importa Jesús? Si su sentencia se traspapelase… ¿Quién lo notaría?
He ahí lo extraordinario: que, dos mil años después, el mundo entero celebra, hoy, las tres horas que un hombre pasó encima de una piedra clavado a una Cruz como un perdedor. Que la Cruz, ese minúsculo punto entre milenios, ese átomo que sólo debería interesar a su habitante, ha rasgado en dos la Historia y tira violentamente de ella hacia dentro como uno de esos agujeros negros que absorben el espacio… Que Jesús, después de veinte siglos, es adorado como Dios en todo el orbe, y tanto Pilato como Caifás le deben a Él el hecho de haber pasado a la Historia… Que la superficie del Planeta está sembrada de cruces en los montes, en campanarios, en edificios públicos, en los caminos… Que el Crucifijo arranca lágrimas a millones de personas, revoluciona vidas, y abrasa las almas. Que yo llevo años contemplándolo y aún no he hecho sino comenzar.
Es como un pinchazo en la Historia y en el Cosmos que los hubiera clavado a la eternidad y los hubiera sometido a una descomunal fuerza gravitatoria… Y ese «pinchazo» ha sido un acto de Amor. ¡Duro escarmiento para Napoleón! Al final, a los «hombres de Estado» les ha robado la Historia, para convertirla en un cósmico romance, un hombre desnudo, cubierto de heridas y salivazos, y cosido a un madero como un perdedor, a quien sólo acompañaba su Madre, un amigo, cuatro mujeres… Y la noche. Hoy nos llaman la noche y el Amor. Nos llama Dios: ¿Alguien puede dudar que sólo Dios podía ser el Autor de ese pinchazo?