Hechos de los apóstoles 2,14.22-33; Sal 15, 1-2 y 5. 7-8. 9-10. 11; san Mateo 28, 8-15

Hoy comenzaré unos días de ejercicios espirituales. Mientras muchos volvéis a la rutina del día a día, yo me apartaré de las noticias y de los acontecimientos. No sé quién será el predicador, ni cómo predicará, ni de qué nos predicará. A fin de cuentas siempre predica Cristo y, si no, habré perdido estos días. ¿Será Cristo muy hablador?
“Alegraos. No tengáis miedo.” Siempre me ha llamado la atención las pocas palabras de Jesús resucitado que nos transmiten los Evangelios. Sin duda muchas cosas les diría, “no habría libros suficientes en el mundo para contenerlas,” pero basta una: “Alegraos.” En esa sola palabra se contiene toda la predicación de Cristo resucitado. Lo que anunció durante su vida antes de la Pasión, lo que vivió en la cruz, lo que dijeron los profetas y anuncia la historia de Israel, esa aventura de amor de Dios por los hombres es cierta y, por tanto, ¡Alegraos!. No hacen falta más palabras, pues en esa se contiene todo para quien quiera entender.
Contrasta la alegría de las mujeres y el anuncio de Cristo con la segunda parte del Evangelio. Los sumos sacerdotes y los ancianos se reúnen para conspirar, para sembrar la mentira y negar la verdad. ¡Cuántos hoy quieren negar la verdad!. En programas, programillas, documentales y documentalillos se pretende negar la verdad de la resurrección de Cristo y la verdad de su Cuerpo, que es la Iglesia. En vez de decir “No tengáis miedo” se nos dice: Teme. Ten miedo a no disfrutar de la vida si no tienes suficiente dinero, ten miedo a no ser valorado, ten miedo a quedarte sin trabajo, ten miedo a la muerte y miedo a la vida. Cuando la vida se construye sobre la mentira se vive del temor.
“Pues bien, Dios resucitó a este Jesús y todos nosotros somos testigos.” Pedro, el que tres veces negó al Señor, el que tenía miedo de una portera, ya no vive en el temor. A los “judíos y vecinos todos de Jerusalén” les habla de la resurrección de Cristo sin ningún temor a las consecuencias. El siervo de Dios Juan Pablo II comenzaba su pontificado pidiéndonos que no tuviéramos miedo de abrir las puertas a Cristo y, por ello, veía como lo más natural el comenzar una nueva evangelización. Si durante esta Pascua cada bautizado, cada hijo de Dios, fuera consciente de su alegría y pudiese decir a un mundo triste, a un vecino triste, a un marido o un hijo triste, a un colega triste …, “Mi alegría es Cristo,” el mundo cambiaría radicalmente. Pero ¡cuántas veces nos pueden los miedos!.
La Virgen está llena de gozo, en su corazón no caben miedos ni temores. Pídele a ella que disuelva, como se deshace un azucarillo en agua, nuestros miedos y recelos y vivamos de la noticia de la Pascua: Alegraos.