Hechos de los apóstoles 6, 8 15; Sal 118, 23 24. 26 27. 29 30; san Juan 6, 22 29
La fiesta del trabajo es un poco singular. Cuando festejamos el vino nos tomamos un vaso y, si se trata de la fiesta del árbol, entonces plantamos uno. Sin embargo, en la fiesta del trabajo ocurre justo lo contrario. O bien nos quedamos en casa o bien nos vamos a celebrarlo. Pero en ningún caso nos dedicamos a la faena. Es lógico que sea así porque el trabajo, para todos, es algo costoso. Por eso es especialmente interesante el Evangelio de hoy en el que se saluda a Jesús como “hijo del carpintero”. Tanto se identificó el Hijo de Dios con nosotros que trabajó con manos de hombre y, sin duda, hoy hace fiesta con nosotros. Es doctrina común que Jesús aprendió el oficio bajo la tutela de José, al que hoy recordamos bajo su advocación de obrero.
Pero, trabajando como hombre, lo hacia sin dejar de ser Dios. Es más, santificó el trabajo y nos mostró una manera de imitarlo. Hay personas que sufren porque están en paro, otras porque no encuentran una ocupación adecuada, algunos porque no se les recompensa como merecen y otros porque el trabajo les supone una fatiga excesiva. Tampoco faltan los que disfrutan con lo que hacen porque ven en ello el cumplimiento de una vocación. Incluso lo hay que disfrutan con su oficio. En cualquier caso todos podemos ofrecer nuestro trabajo no sólo como contribución para el progreso de la sociedad o como medio de sustento propio y de la familia, sino también para la salvación del mundo.
Unidos a Cristo, lo sabemos, cualquier ocupación nuestra alcanza un valor infinito. Es importante hacer bien las cosas, pero sobretodo es importante hacer bien. Para lo primero basta con pericia y atención, para lo segundo es importante unirse al Corazón de Jesús. Él no sólo trabajó con manos humanas sino que también nos amó con corazón de hombre. Claro, que su amor era humano y divino. Cada vez que Jesús se empleaba en su oficio, primero ayudando a José y después quizás solo, buscaba cumplir la voluntad del Padre. A buen seguro hizo buenos muebles, pero además ofrecía un sacrificio de alabanza a su Padre. Jesús tomaba los materiales que habían sido creados por medio de Él y los tocaba pensando en la redención del hombre. Todo cuanto hacía estaba motivado por el amor. Jesús aprendió el oficio de José y José descubrió en Él una nueva manera de hacer las cosas.
Por otra parte podemos tener la tentación de pensar que el lugar de trabajo no es adecuado para el encuentro con Dios. Es la actitud de los vecino de Jesús. Se admiran en el Evangelio de que Jesús haga milagros y también de la sabiduría con que habla. Eso les parece sospechoso. Y acaba el evangelio diciendo que Jesús no hizo allí muchos milagros porque no tenían fe. Es muy difícil que reconozcamos a Dios en nuestra vida si no estamos dispuestos a recibirlo. Por ello es importante empezar la jornada ofreciendo todo nuestro trabajo y ocupaciones a Dios. Es una manera de abrirse a la acción de la gracia. Es lo que hacía la Virgen María cada mañana. Podemos imaginárnosla con José y después, ya más crecido, con Jesús planificando la jornada no sólo materialmente sino también deseando cumplir la voluntad de Dios. Porque ofrecer significa dedicar a Dios lo que hacemos, pero también ponernos a su disposición para ser siervos útiles a su voluntad. Que san José y la Virgen nos alcancen la gracia de cumplir en todo la voluntad de Dios.