Hechos de los apóstoles 18, 1-8; Sal 97, 1-2ab. 2cd-3ab. 3cd-4; san Juan 16, 16-20
Los motivos que nos ayudan a creer nos dice el catecismo que son: la resurrección de Cristo, los milagros de Cristo y de los santos, el cumplimiento de las profecías, la sublimidad de la doctrina cristiana y la santidad que aparece en la Iglesia. Esto es “sobre el papel” pues parece que para muchos hoy, los motivos de credibilidad son los “blogs” en Internet. Se discute todo, todo se cuestiona y cada cual da, como criterio de autoridad, su experiencia o lo que les han dicho otros que han experimentado. Con esas bases tan sólidas la fe puede cambiar radicalmente dependiendo del estado de la úlcera o del último enfado en el trabajo. Siempre existen los típicos sabihondos que toman como dogma de fe el último artículo en una revista de ciencia ficción o los que se empapan de documentales mañana, tarde y noche. También hay quien ha creído a pies juntillas las últimas tonterías que se le han ocurrido a un sacerdote, al que llaman “su maestro,” y que poco coinciden con la doctrina de la Iglesia. Esto está tan extendido que uno podría pasarse la vida discutiendo con unos y con otros, y no acabar nunca ni llegar a ninguna conclusión.
“Como ellos se oponían y respondían con insultos, Pablo se sacudió la ropa y les dijo: «Vosotros sois responsables de lo que os ocurra, yo no tengo culpa. En adelante me voy con los gentiles.»” Se ve que no hacía falta “National Geographic” para que la gente discutiese y la reacción de San Pablo no sólo es humana, sino que es muy reveladora. En la actualidad parece que da pánico la responsabilidad. Parece una palabra que sólo se utiliza para el tráfico. Pero lo mejor es no tener responsabilidades: el sexo sin responsabilidades, la familia sin responsabilidades, el trabajo sin responsabilidades, la falta de responsabilidad de la infancia, … y si algún acto de nuestra vida conlleva alguna causa (algo que antes se veía natural), se elimina la responsabilidad: aborto, eutanasia, enajenación mental transitoria, inmadurez,…
Pues lo siento, cada uno es responsable de su propia vida. Me resisto a dejar mi vida en manos del presidente del Gobierno (sea el que sea, que menudo jardín de los horrores estamos plantando), o a dejar que mi vida sea una continua decisión de otros. Y cada uno es responsable de su fe. Es un don de Dios que se nos da en nuestro bautismo. Los padres manifiestan públicamente ser responsables de la fe de sus hijos (tan fácil se rompen esos compromisos). Pero si uno va creciendo y nunca va a Misa, no reza más que en momentos críticos, se confiesa cada doce años, la caridad empieza (y acaba), por uno mismo, etc. Entonces, aunque nos desgañitemos a discutir, de la pérdida de su fe él será el único responsable.
“¿Estáis discutiendo de eso que os he dicho: «Dentro de poco ya no me veréis, pero poco más tarde me volveréis a ver»? Pues sí, os aseguro que lloraréis y os lamentaréis vosotros, mientras el mundo estará alegre; vosotros estaréis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en alegría.” Es muy triste ver a las personas que descuidan y pierden su fe, y podremos darles el ejemplo de una caridad ardiente y activa y acompañarles con nuestra oración. Pero si se empeñan en no vivir su fe, por más veces que discutamos los motivos, no la van a recuperar.
No quiero alargar más el comentario. Lo cierto es que llega un momento en que cada uno es responsable de su propia fe y la Iglesia entera nos ayuda a vivirla y cuidarla, pero como alguien se empeñe en no creer es muy libre de hacerlo, con todas sus consecuencias.
Cuando bautizo a una criatura la ofrezco a la Virgen y le pido a ella que guarde la fe de ese niño o esa niña, que jamás se olvide que la fe es también cosa suya.