09/02/2007, Viernes de la 5ª semana de Tiempo Ordinario.
Génesis 3.1-8, Sal 31, 1-2. 5.6.7 , san Marcos 7, 31 37

Lo peor de todo es que, después de tanto tiempo, la misma táctica le sigue dando resultado al mismo individuo. Ya no necesita disfrazarse de serpiente, porque las serpientes son muy feas y no merece la pena el desgaste de imagen. El nuevo «look» de Satanás ha adoptado formas diversas, según las épocas, y hoy tiene -no lo dudes- las suyas… Pero, más que la imagen, me preocupa la táctica, y el hecho de que los hombres hayamos seguido cayendo como tontos a lo largo de miles y miles de años. Conste que cuando digo «como tontos», me refiero a la peor de las estupideces, a la culpable.

El más viejo y más terrible de los timos es también el más barato; sólo le requiere al Tentador dos movimientos, tras los cuales puede alejarse sabiendo que la presa caerá, inevitablemente, en el lazo. El primero de estos movimientos consiste en apartar de Dios la atención de la criatura para fijarla en la obra del propio Dios. Mientras nuestros ojos están fijos en el Señor, los seres creados se nos vuelven transparentes, y todos nos hablan del Creador. Para Francisco de Asís, el sol, la luna, las estrellas, el fuego, los animales… no eran más que ventanas abiertas a Dios. Pero si, ante la ventana, fijara yo mis ojos en el cristal, el cielo de repente se me volvería borroso y difuminado, mientras mi atención se centraría en la textura o la limpieza de un objeto pequeño y limitado.

Hasta que apareció en escena la serpiente, aquel árbol era una Palabra de Dios, y gritaba que sólo el Creador puede enseñar al hombre a distinguir el bien del mal. Pero, cuando Satanás consiguió que los ojos de Eva enfocaran aquellas ramas, «la mujer se dio cuenta de que el árbol era apetitoso, atrayente, y deseable».

El segundo movimiento es aún más «simplón»: se trata de conseguir que el hombre piense: «ojalá esto no fuera pecado»: «Bien sabe Dios que cuando comáis de él, se os abrirán los ojos y seréis como Dios, en el conocimiento del bien y del mal». Con este razonamiento, Dios queda convertido en un opresor, y la moral queda reducida a una represión absurda… «¿Por qué no? ¿Por qué privarme de esto o de aquello?» Satanás puede retirarse. Situado en ese plano inclinado, el hombre no puede ya dar marcha atrás…

Pero lo peor, lo peor de todo, sin duda, es que, después de haber caído, el hombre se da cuenta, por enésima vez, de que le han engañado, de que aquello no le hacía feliz y a cambio ha entregado su Tesoro, la amistad de su Dios, siguiendo el más que pisado camino de Eva. Por eso los «desterrados hijos de Eva» clamamos a hoy María, y a nuestro clamor unimos el deseo de no volver a pisar sobre aquellas malditas huellas, y de besar las de quien es Madre de Dios, las que han abierto el camino que conduce a la vida.