12/02/2007, Lunes de la 6ª semana de Tiempo Ordinario
Génesis 4, 1-15. 25, Sal 49, 1 y 8. 16bc-17. 20-21 , San Marcos 8, 11-13
El hermano mayor, engendrado por Adán y Eva después del pecado, tenía miles y miles de años. Era hijo de aquella maldición por la que Yahweh había dicho al hombre: «con fatiga sacarás del suelo el alimento todos los días de tu vida. Espinas y abrojos te producirá, y comerás la hierba del campo» (Gén 3, 17-18). Nacido de la tierra y vuelto, por su pecado, hacia la tierra, había ofrecido durante siglos sacrificios terrenos… Pero ninguno de ellos podía agradar a Dios: «Ni vuestros holocaustos me son gratos, ni vuestros sacrificios me complacen.» (Jer 6, 20).
Después nació, de María de Nazareth, la nueva Eva, el hermano menor, Jesús de Nazareth, Aquél a quien Abel desde antiguo anunciara. Era este hermano Pastor, y teniendo cien ovejas, como una ellas se descarriase, dejó a las noventa y nueve huestes de ángeles paciendo en el Cielo y se llegó a esta tierra de maldición en busca del hombre, su res perdida. La tomó sobre sus hombros, y cargó sobre ellos, en una Cruz, todos los crímenes de la Humanidad. Pero, a la hora de ofrecer a Dios su sacrificio, cuando era preciso inmolar ante el Altísimo una víctima perfecta, que aplacara a Dios por todos los pecados, decidió el Buen Pastor abajarse y hacerse Él mismo oveja -o diré mejor, Cordero- para ofrecerse en holocausto por las culpas con que nosotros habíamos ofendido a Dios.
«Tendamos lazos al justo, que nos fastidia, se enfrenta a nuestro modo de obrar, nos echa en cara faltas contra la Ley y nos culpa de faltas contra nuestra educación» (Sab 2, 12).No pudo soportar el hermano mayor la compañía de aquel hombre Justo; no pudo soportar la mirada de aquellos ojos limpios, porque era imposible contemplarlos y seguir pecando, y tramó la muerte de su Hermano… «Vamos al campo»… Lo sacó fuera de la ciudad, hasta el monte Calvario, y allí acabó con su vida clavándolo en una Cruz.
Pero la sangre de Jesús, enterrado en un sepulcro virgen, se tornó en grito, en dulce sacrificio que aplacaba la cólera del Altísimo… «La sangre de tu hermano me está gritando desde la tierra»… Por eso, la sentencia no fue la que hubiera esperado el Acusador: «El que mate a Caín lo pagará siete veces»… Y se convirtió aquel hermano, antes asesino, y ahora bañado en la sangre del Cordero, en el hijo predilecto de Dios…
«Y el Señor puso una señal a Caín para que, si alguien tropezase con él, no lo matara», para que seamos hechos inocentes y justos ante los ojos de Dios y de sus ángeles. Y, desde entonces, la Sagrada Señal de la Cruz es el signo con que, cada mañana, son vestimos los hijos de María, la nueva Eva, y el signo con que entraremos de nuevo en el Paraíso, cuando Dios nos llame a su presencia.