21/02/2007, Miércoles de Ceniza – Tiempo de Cuaresma
Joel 2, 12-18, Sal 50, 3-4. 5-6a. 12-13. 14 y 17, Corintios 5, 20-6,2, san Mateo 6, 1-6.16-18

¿A quién no le han contado de pequeño el cuento de cenicienta? Los cuentos, este también, suelen acabar con el “fueron felices y comieron perdices” (Podía ser un buen plato de jamón ibérico, pero parece que las perdices tienen más éxito.) Los cuentos tienen que acabar bien. Si el príncipe se hubiera casado con la madrastra, Cenicienta se hubiera gastado sus pocos ahorros en el callista por haber perdido el zapato, y las hermanastras se forrasen con una academia de baile, el cuento no habría tenido ningún éxito. Sin embargo cuando escuchamos las historias que sabemos que acaban bien nos gusta oírlas una y otra vez. Las dificultades de los protagonistas los “curten” y hacen que su felicidad sea mayor al terminar el relato. Pues hoy, cuando salgamos de la iglesia, nos podrán llamar Cenicienta.

“Cuando hagas limosna,” “cuando vayas a rezar,” “cuando ayunes.” Son las recomendaciones del Señor a sus discípulos, a nosotros que empezamos la Cuaresma. Nos puede parecer que la Cuaresma es un tiempo triste, gris, de caras taciturnas y pocas bromas. ¡Nada más lejos!. “Rasgad los corazones y no las vestiduras.” Sabemos el final del “cuento,” cuál será el final de estos cuarenta días y el final de nuestra vida. La Cuaresma no es tiempo de renuncia, es tiempo de prepararse para gozar, de quitar de en medio todo lo que nos impide ser plenamente feliz con Dios y con nuestra vida. Es una tarea ardua, pero gozosa. Por eso no vivimos estos días “para que los vea la gente,” sino para Dios. Y el fruto de la penitencia, del ayuno, de la oración y de la limosna es la alegría. Si en estos días nos privamos de cosas que ahora nos parecen “imprescindibles” y vamos alardeando de ello con cara de morsa moribunda ¿quién se va a creer que hemos encontrado la felicidad? Son tiempos de austeridad, de penitencia, de reconciliación con Dios y con los hermanos, y son tiempos de alegría.

“Os exhortamos a no echar en saco roto la gracia de Dios, porque él dice: «En tiempo favorable te escuché, en día de salvación vine en tu ayuda»; pues mirad, ahora es tiempo favorable, ahora es día de salvación.” Si vivimos hoy el ayuno y la abstinencia como a quien le han dado una puñalada por la espalda, será que no hemos empezado a vivir el espíritu de la Cuaresma. Es tiempo de salvación, de descubrir todo lo que la gracia de Dios está haciendo en nosotros y en el mundo. Es hora de sacudirse la tristeza que provoca el pecado, el materialismo, el individualismo, el egoísmo, las faltas de fe, de esperanza y de caridad. Es un tiempo de gracia para descubrir en toda su profundidad la alegría de la Pascua, para apartar de nosotros todo lo que nos apartará un día del amor infinito de Dios. Cuando nos quitan una muela que molesta, o un callo que estorba, es cierto que lo pasamos un poco mal, pero el resultado es la salud. Pero si de verdad nos duele la muela no esperamos a que nos de cita, corremos a urgencias y queremos que nos atiendan cuanto antes. Convertirnos cada día, con especial intensidad en este tiempo es algo parecido. Si pensamos en lo que nos va a costar nos haremos los remolones, siempre encontraremos excusas para ir al “médico del alma” un poco más adelante. Pero en cuanto descubramos lo que nos duele el pecado en nuestra vida y lo gozoso que es vivir en Dios, correremos al sacramento del perdón corriendo, sin excusas, sin retrasos, sin ninguna vergüenza, para que arranquen de raíz nuestro mal y empecemos a vivir de verdad.

Nuestro hada madrina es nuestra Madre la Virgen, que nos muestra que nuestra vida no es gris y sinsentido, haciéndonos ver la grandeza de nuestro Dios. “Cenicientos y cenicientas” comenzamos el dichoso camino de la Cuaresma. ¡A disfrutar del potaje!