26/02/2007, Lunes de la 1ª semana de Cuaresma
Levítico 19, 1-2. 11-18, Sal 18, 8. 9. 10. 15, san Mateo 25, 31-46
Cada día estoy más convencido que los avisos no sirven para nada. Ayer vinieron tres personas preguntándome si no era Domingo de Ramos (eso es una Cuaresma cortita). Por otra parte el lampadario de mi parroquia (de esos modernos de lucecitas, que no son nada románticos pero son limpios), tiene un cartel hermoso que dice: “Sólo introducir monedas.” Alguien tuvo la paciencia de doblar un billete de cinco euros e introducirlo por la ranura, por lo que se cargó el monedero, me costará doscientos el arreglo. Así que tapé la ranura con un cartel más grande que decía: “No funciona.” Esta mañana una buena feligresa según llega, arranca el cartel, introduce sus veinte céntimos y viene a reclamarme que no se ha encendido su lucecita. Casi estoy convencido que si quiero llenar mi iglesia sólo tengo que poner una pancarta fuera, bien grande, que diga: “Prohibido venir a Misa.” Seguro que se pone a rebosar. Un amigo mío entró hace años en el metro, leyó que en cierta línea no había servicio y pensó: “no me importa, ya he ido al baño en mi casa” y después de un buen rato tuvo que avisarle el jefe de estación que se marchara del andén, que no iba a pasar ningún tren. Parece que si leemos un aviso, hacemos lo contrario.
“Cuando venga en su gloria el Hijo del hombre, y todos los ángeles con él, se sentará en el trono de su gloria, y serán reunidas ante él todas las naciones. Él separará a unos de otros, como un pastor separa las ovejas de las cabras.” A pesar de los pesares, aún a consta de sabernos de memoria el aviso de este Evangelio, seguimos pensando que la salvación será lo que nosotros queramos. Cuanta gente sigue dejando el infierno vacío, pues, a pesar de lo que hoy leemos, no de dejan a Jesucristo juzgar, ni a Dios poner sus mandamientos. “Yo soy el Señor.” Bastaría esa razón para que acatásemos como buenos siervos los mandatos del Señor, sin rechistar. Pero además de siervos hemos sido hechos hijos en el Hijo, por lo que nuestra celeridad y prontitud por cumplir lo que Dios nos manda debería ser mayor. Cuánto más cuanto Dios no piensa en sí mismo al darnos sus mandamientos, piensa en nosotros, nos conoce mejor que nosotros mismos y sólo quiere nuestra felicidad, ahora y en la eternidad.
“Venid vosotros, benditos de mi Padre; heredad el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo.” Dios piensa en nosotros desde la creación del mundo. Esta cuaresma podemos cumplir los mandamientos o podemos amar los mandamientos de Dios. Si los cumplimos (que no está del todo mal), nos aferraremos a la letra para no hacer nada malo. Si los amamos estaremos pendientes de la más mínima indicación que Dios nos hace en nuestra vida, cuando nos encontramos con el que tiene hambre, sed, está desnudo, enfermo o en la cárcel. Es distinto preguntarse ¿qué tengo que hacer? a preguntarse ¿qué quiere Dios que haga?. Amar los mandamientos no es sólo escuchar los avisos, es hacerlos míos y vivirlos. Os aseguro que es mucho más apasionante vivir buscando cuál es la voluntad de Dios en mi vida, que vivir simplemente intentando no transgredir los mandamientos.
“Y éstos irán al castigo eterno, y los justos a la vida eterna.” Madre mía del cielo, ayúdanos a todos a ir a la vida eterna, contigo y todos los santos.