06/03/2007, Martes de la 2ª semana de Cuaresma
Isaías 1,10.16-20, Sal 49, 8-9. 16bc- 17. 21 y 23, san Mateo 23, 1-12
Romano Guardini, hablando de los alumnos dice que estos casi no escuchan lo que dice el profesor, se fijan algo en lo que hace y, sobre todo, están atentos a lo que son. También Chesterton, con su estilo habitual y paradójico comenta que los alumnos asisten a clase para estudiar el carácter de los profesores.
En el Evangelio de hoy Jesús arremete contra los impostores. Ocupan el lugar de los maestros pero no enseñan. Cierto que dicen cosas verdaderas y muchas de ellas tienen que ver con la voluntad de Dios, pero para quien les escucha existe la dificultad de discriminar eso de sus vidas, porque el ejemplo no los acompaña. De ahí que Jesús tenga que advertir a sus oyentes: “haced y cumplid lo que os digan, pero no hagáis lo que ellos hacen”.
Sin duda muchas cosas verdaderas acaban siendo irrelevantes porque no van acompañadas del ejemplo. En mi experiencia como profesor me he dado cuenta de que muchas explicaciones no sirven para nada hasta que encuentras un buen ejemplo a través del cual los alumnos captan la enseñanza que les quieres transmitir. Quizás ser un buen profesor consista, en muchos casos, en encontrar los ejemplos apropiados.
Hablar de Dios sin reflejarlo en nuestras vidas resulta incoherente y hasta absurdo. Simona Weil señalaba que ella no sabía si alguien creía por oírle hablar de Dios sino que lo reconocía viendo como hablaba de las cosas. La Palabra predicada en primer lugar ha de ser oída y acogida en nuestro interior. Brotará con fuerza de nuestro interior en la medida en que nosotros nos dejemos transformar por ella.
En la segunda parte del evangelio de hoy se ilustra esta enseñanza. No podemos llamar a nadie maestro ni padre porque nuestro maestro es Jesucristo y nuestro Padre es Dios. Ahora bien, es evidente que todos, además de Dios, tenemos maestros y padres y quizás muchos han ejercido sobre nosotros su magisterio y su paternidad. Puede que también nosotros lo hayamos hecho. ¿Cómo entender lo que nos dice el Señor?
Enseñando en cuanto nos sabemos enseñado y tratando a los hijos de la misma manera en que somos tratados por Dios. El maestro se sujeta a la Verdad, y todo padre ha de reconocer que hay Alguien más grande que él a quien su hijo acabará reconociendo de esa manera. Olvidarse de esto es apropiarnos de lo que no es nuestro; ejercer de usurpadores.
Que la Virgen María, Hija de Dios Padre y Madre de Dios Hijo, nos enseñe en la escuela de su corazón a formarnos por la Palabra de Dios para que toda nuestra vida sea testimonio de la misericordia que han tenido con nosotros.