20/03/2007, Martes de la 4ª semana de Cuaresma.
Ezequiel 47, 1-9. 12, Sal 45, 2-3. 5-6. 8-9 , san Juan 5, 1-3. 5-16

«Lo que tú necesitas es amor», cantaban los Beatles allá por los 60. En los 90, aquí en España, la discutible Isabel Gemio perpetró un engendro televisivo con el mismo nombre… A mí la frasecita me parece resultona, pero pobre. «Amor» se dice de muchas maneras, y quienes que te quieren pueden hacerte, por el mismo precio, la vida imposible o romperte el corazón. Con perdón de los Beatles y de la Gemio, hay que precisar: una persona como tú, o como yo, un pecador, requiere ser amado de una forma especial, y ese amor se llama «misericordia». A un pecador, o se le ama con los ojos cerrados, con ese «amor ciego» con el que aman los tontos y que dura hasta que se descubre que el ser amado está lleno de miseria… o se le ama con los ojos abiertos, conociendo sus defectos y pecados, con un cariño incondicional que va más allá de cualquier miseria humana. Eso es «misericordia», y así nos ama Dios.

Caminamos ya por el desierto cuaresmal con la vista alzada, fijos los ojos en el Calvario que es la Puerta Santa de la Tierra Prometida. Y hoy se nos presenta la Cruz… Mira despacio la imagen, y no tardarás en desentrañarla: en lo alto del Monte Calvario fue Crucificado el verdadero Templo de Dios, Jesús de Nazareth, en quien habitaba corporalmente aquella divinidad que en el antiguo Templo estaba sólo señalada. Traspasado por la lanza del soldado, su costado derecho manó, según nos cuenta San Juan, sangre y agua. Esa sangre y esa agua han inundado la Tierra y se han extendido por toda la Historia. Esa sangre y esa agua son la gracia de Dios, entregada por Cristo en la Cruz; son el Espíritu Santo, derramado sobre el mundo; son el Amor con que Dios nos ama, tal y como brota del Corazón de nuestro Redentor, quien dio la vida por nosotros siendo nosotros pecadores. Esa sangre y esa agua son la Misericordia de Dios. Hacia ellas nos encaminamos, llenos de alegría.

Lo que tú necesitas es misericordia. Necesitas ser amado como eres, todavía un pecador. Necesitas un «te quiero» que no dependa de tu comportamiento, ni de los cambios de tiempo, ni de las estupideces y manías que asaltan el corazón enfermo de los hombres. Necesitas, como el paralítico del Evangelio, sumergirte por entero en ese agua del Amor de Cristo, para caminar con libertad, sin mendigar apoyos ni consuelos humanos. Necesitas confesarte, necesitas meditar la Pasión del Señor, necesitas celebrar la Semana Santa como nunca lo has hecho, como un baño de Misericordia. Necesitas a María, «Madre de Misericordia»… ¡Alégrate! Estás muy cerca de conseguir todo aquello que necesitas. No te detengas, que ya casi estamos allí. Entretanto, no bajes la vista…