22/05/2007, Martes de la 7ª semana de Pascua
Hechos de los apóstoles 20, 17-27, Sal 67, 10-11. 20-21, san Juan 17, 1-1 la

Mientras intento escribir este comentario, intento, a la par, actualizar unos mapas en un navegador TomTom (espero que me den algo por la publicidad), pero quien se está sintiendo tontón de verdad soy yo. La aplicación se cierra continuamente, no encuentra el dispositivo, me hace un pequeño corte de mangas y no hay manera. Lo de los GPS es un buen invento, pero como toda la técnica tiene sus limitaciones. (Creo que ya lo he conseguido, se están actualizando los mapas). Hay ciertos avances tecnológicos que simplemente te complican la vida, esto del GPS (si es verdad que acaba llevándote a tu destino), te la facilita bastante. Ya no hay que pararse en las ciudades a preguntar, que siempre dabas con el foráneo que estaba tan perdido como tú, o con el tonto del pueblo, que siempre se pone a tiro para que le preguntes.

“Y ahora me dirijo a Jerusalén, forzado por el Espíritu. No sé lo que me espera allí, sólo sé que el Espíritu Santo, de ciudad en ciudad, me asegura que me aguardan cárceles y luchas. Pero a mí no me importa la vida; lo que me importa es completar mi carrera, y cumplir el encargo que me dio el Señor Jesús: ser testigo del Evangelio, que es la gracia de Dios.” San Pablo sí tenía un buen navegador, que le llevaría a su destino. El Espíritu Santo era quien guiaba a Pablo hasta la meta para cumplir el encargo de Dios. “Yo te he glorificado sobre la tierra, he coronado la obra que me encomendaste.” Jesús también tiene claro su destino, el fin para el que se encarnó y que cumplió con perfección humana y divina.

Nos acercamos a la fiesta de Pentecostés. Puede ser un buen momento para actualizar nuestro itinerario en la vida y asegurarnos que no estamos navegando con la cartografía de Américo Vespucio. Jesús puede decir que “ha coronado su obra.” Nosotros tendríamos que decir lo mismo. Comprendo que no está muy de moda decir que tenemos que ir al cielo, pero esa será la única manera de “coronar” nuestra vida, de “completar nuestra carrera.” Si no conseguimos ese objetivo todo lo que hagamos en la vida habrá sido en vano.

También en la Iglesia se ha metido ese espíritu empresarial de marcarse metas, objetivos, líneas de acción, planes de pastoral, y un largo etcétera que llena folios y folios en los estantes de los despachos parroquiales. En pocos casos (creo que en ninguno), he visto como objetivo preferente el que la parroquia esté formada por santos. “¡Se da por supuesto!” me dirán. Pero a veces las cosas que se consideran “obvias” son las que antes se olvidan y las que menos se cuidan. No está mal programar, pero si olvidamos el “coronar nuestra obra” todo habrá sido inútil. Igualmente les diría a los padres de familia: su plan sobre sus hijos debería ser que fuesen santos (albañil o empresario, pero santo), y ser ellos un matrimonio santo. En la vida no sabemos qué nos esperará, que expectativas cumpliremos o veremos fracasar, pero el llegar a estar con Dios, por su infinita misericordia, no podemos olvidarlo ni dejarlo para la vejez.

El otro día escribía un matrimonio que a raíz de la primera Comunión de su hijo se había acercado a Dios. El Señor se sirve de muchos caminos para volver a actualizar nuestro itinerario en la vida, ¡cuántas gracias tenemos que darle!

Seguimos en mayo, el mes de María. Ella tenía bien claro que era lo que Dios le pedía y nunca dudo en decir sí. Pidamos hoy esa gracia.