26/05/2007, Sábado de la 7ª semana de Pascua. Misa de la mañaña
Hechos de los apóstoles 28,16-20.30-31, Sal 10, 4. 5 y 7, san Juan 21, 20-25

Una manía mundial es compararse con otros. Parece que de vez en cuando no nos gusta cómo somos y queremos ser como otros. Y mucho más triste, miramos con lupa cómo se trata a los otros para que nos traten a nosotros igual (siempre que sea bueno, nadie quiere que le traten como a un imbécil por a ver visto a otro que le toman el pelo). La madre quiere que su hijo sea de otra manera, el estudiante ir a otra escuela, el cura cambiar de parroquia, la monja que cambie la superiora,… Así somos y creo que todos tenemos épocas en que cambiaríamos un montón de cosas.

“Pedro dice a Jesús: – «Señor, y éste ¿qué?» Jesús le contesta: – «Si quiero que se quede hasta que yo venga, ¿a ti qué? Tú sígueme.»” Tal vez Pedro y el resto de los discípulos habían asumido que San Juan, el más joven y el que no había abandonado a Cristo en la Pasión, sería el preferido del Señor y, por lo tanto, le haría cabeza del grupo. Ya habían dado respuesta a sus discusiones tan frecuentes sobre quién sería el jefe del grupo. Pedro, que se moriría de vergüenza recordando sus negaciones, no se sentiría preparado para tal cargo (siempre se lo podría echar en cara los demás). Pero no se daban cuenta que, al igual que cuando Jesús caminaba con ellos por los caminos, la Iglesia es y será lo que Dios quiera. Hay muchos aficionados (tengo que reconocer que a mi cada día me llama menos la atención), a decidir cómo tiene que ser la Iglesia. Ahora algunos critican al Papa y están esperando que le de un mal para ponerse a vocear qué tipo de Papa le hace falta a la Iglesia. Pero el Señor elige a quien quiera y ¿a ti qué?. ¿qué no te gusta el Papa, tu Obispo, tu parroquia, tu marido, tus hijos, tu barrio, tu comunidad, tu coche? Desde luego no vas a arreglarlo criticándolo. Cada día me convenzo más que seré feliz donde el Señor quiere que esté, aunque lo pase mal. Algunos me dirán (en mi caso): “Pero allí no te ha enviado Dios, te ha enviado tu Obispo.” El día que se me aparezca San Pancracio para decirme mi destino pastoral, me iré al psiquiatra. Y si creo que el Obispo se equivoca ¿a mi qué?, ya me dará el Señor la Gracia suficiente para estar donde estoy.

Dicen las noticias que España es el país donde más ha crecido el número de divorcios. Uno cada cuatro minutos. Estoy convencido que muchos de ellos son remediables, pero se mete la serpiente de las comparaciones entre unos matrimonios y otros. “Pilita se ha separado y dice que ahora es mucho más feliz” (nos cuesta tanto reconocer los errores). “La mujer de Pancho es mucho más simpática que la mía” (porque no la has visto cuando se queda a solas con el pobre Pancho). Etc. , etc. En el fondo ponemos la felicidad en no ser quienes somos, queremos ser otros, y saltaremos de desgracia en desgracia a lo largo de los años.

“(Pablo estaba en Roma) predicándoles el reino de Dios y enseñando lo que se refiere al Señor Jesucristo con toda libertad, sin estorbos.” Eso de “sin estorbos” parece mucho decir para alguien que esperaba ser juzgado, podía tener circunstancias mejores. Pero San Pablo sabía que lo que Dios quería era que anunciase el reino de Dios allí donde estuviese, en la cárcel o en Las Vegas. Ya esta tarde celebraremos Pentecostés, abrámosles completamente toda nuestra vida para que haga de nosotros lo que quiera Él, no lo queramos nosotros. Y si a otro le encarga otra cosa para la que nos creemos más capacitados ¿a ti qué?. Dios dará a cada uno la gracia suficiente para actuar por su medio, y eso es lo único que importa.

La Virgen nunca se comparó con nadie, ni presumió de nada. Ella sabía lo que el Espíritu Santo le había encargado y lo hizo con fidelidad. No quiso ser Juan, ni Pedro, ni la Duquesa de Alba. Simplemente hizo lo que Dios en cada momento le pedía y es la más dichosa de las mujeres.