En las lecturas de este primer domingo de Adviento se nos instruye sobre el pasado (lo que sucedió en tiempos de Noé), el presente (la exhortación de san Pablo) y el futuro (primera lectura y evangelio). Al mismo tiempo se relaciona lo que ha de hacer el hombre (velar), con lo que ha de venir de lo alto (el regreso del Hijo del Hombre).
Con estos elementos observamos dos cosas importantes. La primera que toda la historia tiene un sentido y es conducida por Dios. Los hechos del pasado nos sirven de instrucción porque en ellos actuó ya la mano poderosa del Señor. Al salvar a Noé Dios mostró su justicia y su misericordia. Nosotros, ahora, al leer aquellos acontecimientos somos iluminados respecto de lo que debemos hacer. Además, el recuerdo de lo que ha sucedido alimenta la espera de lo que se ha prometido.
Por otra parte el regreso de Jesucristo no queda fuera de la expectación del hombre. La primera lectura es muy significativa al respecto. Habla de pueblos numerosos que caminan hacia Jerusalén. Por una parte esos pueblos ya han alcanzado lo que buscaban, que es Jesucristo. En Él los anhelos de todos los hombres alcanzan su cumplimiento. Pero Isaías apunta también a un tiempo futuro, de la paz mesiánica, en que “de las espadas forjarán arados; de las lanzas, podaderas.”. Por tanto, aunque ya se ha alcanzado lo que se esperaba, aún no se tiene en plenitud. A esa situación, que no puede definirse simplemente como “intermedia” se refiere san Pablo al decir: “daos cuenta del momento en que vivís”.
No nos encontramos como los antiguos pueblos esperando un Mesías, porque ya ha venido, pero sí deseando su retorno porque todas las cosas han de recapitularse en Él. Y esa doble perspectiva la Iglesia la celebra durante el tiempo de Adviento que esperamos. Por una parte las celebraciones nos conducen, en la memoria, a lo que sucedió hace unos dos mil años en Belén: el misterio de la Encarnación. Por otra la Iglesia nos alienta a, viviendo ya en Jesucristo, afrontar todo el sentido de la historia y de nuestra propia vida de una manera nueva. A ello lo indica también el Apóstol al decir: “Vestíos del Señor Jesucristo”.
La unión con Jesucristo es lo que marca la diferencia. De ahí que Jesús diga: “Dos hombres estarán en el campo: a uno se lo llevarán y a otro lo dejarán”. El velar a que somos invitados no comporta dejar nuestras actividades habituales, sino hacerlas en el Señor, es decir trascendiendo la materialidad. De alguna manera todo nuestro trabajo, y cualquier otra ocupación, se redimensionan a la luz de la esperanza a que estamos llamados. De ahí también que no sepamos ni el día ni la hora. Porque la salvación ya nos es dada en este mundo y debemos vivir según la condición nueva que Jesucristo nos ha dado. La esperanza en su retorno no supone una ruptura con nuestra vida ordinaria. Antes de su llegada los hombres podían esperar con alguna incertidumbre. Ahora ya conocemos al que ha de volver y, por tanto, podemos actuar según su voluntad. Por ello la sorpresa puede ser en el cuándo y el cómo pero no en Quién llega, porque ya lo conocemos.