Is 26, 1-6; Sal 117; Mt 7, 21. 24-27
¡Sí!, ha pasado el tiempo, pero aún aborrezco los chistes sobre las torres gemelas; no sé cómo se sentirán quienes los «producen», pero a mí aquello todavía me duele, y mucho; por eso, las gracietas al respecto me provocan sufrimiento en lugar de risa. Algo hay dentro de mí que prefiere no pensar en aquello, hacer como si no hubiera sucedido; pero, a la vez, siento que Dios me invita a mantener los ojos abiertos, a no retirar la mirada, a no alejarme del espanto de la Cruz.
La Palabra de Dios ha vuelto a llevarme a la «zona cero», y sería yo un cobarde si rehuyese acompañarla. Aunque aún me duela, tengo que abrir los ojos; quizá no he aprendido lo suficiente, no he hecho suficiente penitencia, no he llorado suficiente.
«Doblegó a los habitantes de la altura y a la ciudad elevada; la humilló, la humilló hasta el suelo, la arrojó al polvo»… «Cayó la lluvia, se salieron los ríos, soplaron los vientos y rompieron contra la casa, y se hundió totalmente». Eran el símbolo de todo lo que cae, de todo aquello que está cimentado en los hombres. Torres altísimas, majestuosas, carísimas, llenas de movimiento y agitación, médula espinal de cuanto a los hombres les parece «importante»… Y se cae; lo tiran; lo reducen a polvo. Ya se me han caído muchas. He confiado en mí mismo; he soñado proyectos ambiciosos y he dibujado en el aire planos de majestuosas «empresas humanas»; he imaginado mil veces mi vida como imagina el arquitecto su obra… Y se me ha caído mil veces, porque no he aprendido suficiente; todavía me duele. He confiado en los hombres, me he querido apoyar en ellos y con ellos he soñado palacios que perdurasen… Y un seco y sucio hachazo los ha talado desde la base como se tala un árbol hasta el tocón. Sí; todavía me duele, y mucho.
«Aquel día, se cantará este canto en el país de Judá: Tenemos una ciudad fuerte, ha puesto para salvarla murallas y baluartes (…) Confiad siempre en el Señor, porque el Señor es la Roca perpetua»… «Cayó la lluvia, se salieron los ríos, soplaron los vientos y descargaron contra la casa; pero no se hundió, porque estaba cimentada sobre roca».
No han sido sólo aquellas dos torres. Si todavía duele es porque aquellos atentados, obra de Satanás, se han convertido en un grito de Dios: son mis torres, que ya cayeron, y las tuyas, y todas las que estén cimentadas en el hombre. Todas caerán, porque viene el Señor, y un viento de muerte y de vida azota la tierra. Sólo una línea vertical se mantiene en pie, y no ha de ser derribada jamás: la Cruz, edificada por Dios sobre la Roca del Calvario. La Cruz se alza sobre la zona cero de Nueva York, se alza sobre la zona cero de mi vida, y se alza también -no quieras apartar la vista- sobre tu particular zona cero. No será derribada, porque Ella es la base y escalera por la cual subiremos a la Ciudad de Dios. A Ella hemos de asirnos, como María, mientras esperamos el día del Señor. Recuérdalo bien, que también a ti aún te duele: cualquier otro asidero -te lo prometo- caerá.