Is 29, 17-24; Sal 26; Mt 9, 27-31  Si no estamos ciegos, las lecturas de hoy no van con nosotros. ¿Cómo alegrarnos de que venga Jesús a devolver la vista a quienes la han perdido, si vemos correctamente, dioptría más, dioptría menos?

 Suponed que a un ciego de nacimiento, en nombre de una falsa piedad, sus parientes y amigos se empeñasen en ocultarle su enfermedad y le hiciesen creer que nada existe fuera de lo que él toca, huele, u oye. La llegada a su pueblo de un oculista no le diría absolutamente nada; él no se siente enfermo, y no necesita curación. En pocas palabras: al drama de la enfermedad se le habría sumado el drama -más terrible aún- de la ignorancia, la ceguera de espíritu ocasionada culpablemente en nombre de una «buena intención».

 Traigo a colación esta pequeña «parábola», porque alguien ha hecho con nosotros lo mismo. El hombre de hoy desea llenar sus ojos de imágenes, y se atiborra de televisión, de cine, de espectáculos… No quiere darse cuenta de que nada le sacia, y no echa de menos la verdadera luz porque no conoce su ceguera. Nadie le ha dicho que, detrás sus tinieblas, brilla una luz, y que es esa luz que no ve la que hace que sus ojos le duelan de hambre.

 Permíteme que te sitúe ante una de esas plantillas con signos que usan los oftalmólogos para graduarnos la vista… Sí, sí, una de esas cartulinas llenas de letras y números que te pone delante el oculista mientras te pregunta: «¿Qué lee usted en la primera línea?». Mi plantilla es la Sagrada Hostia. Sitúate delante de ella y contéstame: ¿Qué ves? Como te sabes el Catecismo, me vas a responder: «¡El Cuerpo de Cristo!».

 Muy bien, muy bien, pero ¿qué ves? ¿qué captan tus ojos? Lo que captan tus ojos parece pan… Enfoca la vista, mira mejor, guiña un ojo, levanta una ceja o ponte un parche si quieres: sigue pareciendo pan. ¿Ves los labios de Jesús? ¿De qué forma mira? ¿Cómo son sus manos? ¿De qué color son sus cabellos?… ¡Pero si no ves nada! ¡Estás delante del Cuerpo de Cristo, y no lo ves! Estás terriblemente ciego.

 Y yo también. Cada mañana realizo esta experiencia que te he invitado a vivir, y cada mañana lo sufro más, porque ansío con todas las fuerzas de mi alma ver el Rostro de Jesús. Alguien nos ha tenido engañados, alguien tiene engañados a millones de personas, alguien domina las almas ciegas con la terrible cadena de la ignorancia; y ese alguien es el Maligno. Sólo seremos libres si sufrimos de una vez nuestra ceguera.

 Entonces, el anuncio de hoy: «sin tinieblas ni oscuridad verán los ojos de los ciegos», será la noticia más maravillosa. Debemos permanecer en vela y esperar en oración, porque, dentro de muy poco, estaremos mirando a la Sagrada Hostia y los ojos de Jesús romperán el horizonte de tinieblas; estaremos perforando la noche con nuestra mirada hambrienta, y la sonrisa de María lo iluminará todo… ¡Ven, Señor Jesús!