Gén 3, 9-15. 20; Sal 97; Ef 1, 3-6. 11-12; Lc 1, 26-38

  «¿Pudo la Virgen contestar «no» a la proposición del ángel?». Me di cuenta de que estaba ante una cuestión crucial, cuyo calado iba mucho más allá del instante de la Anunciación: ¿Pudo María pecar? No dudé en responder que sí. María fue libre, y pudo pecar, venial y mortalmente… Pero, pudiendo, no pecó jamás. Primero fue el «sí» de Dios, quien libró a su Sierva de la mancha original. Después fue el «sí» rendido de María, quien, sabiéndose invitada al grado más excelso de santidad, puso en juego su vida entera para darle a Dios lo que Dios le pedía. En ese cruce de «síes», el divino y el humano, reside la hermosura de la santidad de la Virgen. «Inmaculada» significa «sin peros». Cuando Dios habló, no dijo: «Te haré Inmaculada y te llamaré al grado más alto de santidad… Pero, como eres de carne, pasaré por alto algunas debilidades». Cuando María respondió, no dijo: «Acepto la llamada, pero Tú ya sabes que es muy difícil, y tendremos que hacer algunas excepciones «ad casu»». Nada de eso sucedió. Fue «sí» frente a «sí».

 Sé que hay mucho de excepcional en la Madre de Dios. Pero también soy consciente de la trampa que supone tratar a María como a un ser «absolutamente excepcional»; semejante desliz nos la roba como modelo y como Madre, porque nos obliga a mirarla como a un extraterrestre. Compartimos con María carne y sangre, sonrisa y lágrimas…

 Y la vocación a la santidad. No quiero taparme los oídos durante la segunda lectura: «El nos eligió (…) para que fuésemos santos e irreprochables». Las rebajas «piadosas» en materia moral son una forma sibilina de robar a los hombres lo más preciado que tienen: su vocación. Muchas almas se acercan al confesonario inquietas: «- Tal sacerdote me ha dicho que esto no es pecado. – Mira el Catecismo. – Sí, ya sé que el Catecismo dice que lo es, pero me han dicho que, en mi caso… – Vamos, que te han tomado por imbécil, que no te han considerado digno de aspirar a la santidad, que te han considerado un pobre tonto que no podrá dar la talla de los mártires»… El lenitivo sólo funciona en apariencia. Una voz interior atormenta al alma con la Ley de Dios, y frente a ella resuena la voz del falso pastor; el alma queda descuartizada. La han matado.

 ¿Se puede ser «inmaculado» en un mundo azotado por la sensualidad? ¿y en el seno de un matrimonio en el que sólo una parte es creyente? ¿y en un ambiente profesional donde la mentira es una herramienta de trabajo? ¡Dios nos llama a que lo seamos! Quizá nos acerquemos cada vez más a esa pureza, como se acerca la hipérbola a sus asíntotas sin llegar a tocarlas. Pero el día en que, merced a la «piadosa» rebaja de un falso pastor, dejemos de aspirar a ello, estaremos muertos porque habremos perdido la vocación. El que yo «tranquilice» a un alma diciéndole que no es pecado algo que lo es no hace que aquello deje de ser un pecado; hace que el pecado recaiga sobre mí. Pero si creo que Dios nos llama a la santidad, y confío en que Él no nos negará su gracia para lograrla, no temeré mostrar a María como Mujer, como Madre… Y como Modelo, porque lo es.